DESEMPLEO Y SALUD MENTAL

Dos profesionales nos ilustran sobre los factores de vulnerabilidad, las fortalezas a potenciar y las ‘luces rojas’ que nos advierten

La crisis económica, y la destrucción o precarización masiva de puestos de trabajo que ha traído consigo, ha azotado de forma especial distritos como el nuestro, de tradición obrera. Que ello necesariamente ha de tener efectos en la salud física y mental de la población es una hipótesis que nos sugiere el sentido común, y para saber un poco más sobre esta cuestión hemos hablado con dos mujeres que, por su profesión y su labor diaria, la conocen bien: Maribel Pizarroso (dinamizadora del Servicio de Dinamización de Empleo) y Ana Victoria París (responsable del proyecto laboral de la Asociación Salud y Ayuda Mutua y del proyecto Primer Empleo de la Fundación ASAM).

Maribel está familiarizada con este fenómeno. El SDE trabaja en barrios concretos en los que se considera que existen mayores necesidades a nivel laboral, y lleva en Carabanchel unos diez años, estando hoy presente en Comillas, San Isidro, Opañel y alguna parte de Vista Alegre. “A lo largo de este transcurrir, el panorama se ha ido modificando —explica—, y desde hace un año y poco he ido detectando que cada vez aparecen por el servicio más personas con algún tipo de trastorno, que además no suele estar diagnosticado. Gente que viene con un tipo de problemática diferente al que suele tener una persona que está en desempleo. Claro, como mi formación es de psicóloga, probablemente me fijo en cosas que a lo mejor otro profesional pasa por alto”. Antes de seguir más allá, Maribel precisa: “muchas veces hablamos de trastornos mentales y parece que estamos hablando de algo supergrave, pero hay que recordar que aquí entra también una depresión, un trastorno afectivo, un trastorno de ansiedad... Piensa en una persona que lleva mucho tiempo en desempleo y ve que no puede pagar la hipoteca...”. Que el desempleo de larga duración tiene efectos graves sobre la salud mental de las personas es algo que confirman estudios como el de los investigadores Lídia Farré, Francesco Fasani y Hannes Mueller, que analizando los datos arrojados por la Encuesta Nacional de Salud de los años 2006 y 2011 en la construcción, reveló que por cada 10 puntos porcentuales que aumentó el desempleo en dicho sector lo hacían de forma paralela en 3 puntos los problemas de salud mental en los trabajadores que perdían su empleo (en esos años, el paro en el sector creció un 26%, y los trastornos mentales de los trabajadores expulsados del mismo lo hicieron un 6%). 

Nadie está exento

Ana Victoria, por su parte, llama la atención sobre una franja de edad clave: “El 70% de los trastornos mentales aparecen entre los 16 y los 21 años aproximadamente. Suele ser una edad en la que el contexto en el que te tienes que mover es mucho más demandante y estresante. Pero tampoco hay que olvidar que en el trabajo estamos expuestos a una situación que se mantiene durante mucho tiempo. Esas situaciones estresantes que se mantienen, especialmente en poblaciones vulnerables, con pocas habilidades y pocos factores protectores a su alrededor, pueden ocasionar la aparición de trastornos mentales”. Y nadie está exento de estos problemas: le puede ocurrir a cualquiera y en cualquier etapa de su vida, aunque sí es cierto que los factores que nos vuelven más vulnerables los vamos adquiriendo a lo largo de la misma: “Un mal apego, una falta de vínculos y relaciones sociales, un entorno familiar disfuncional... Pero también hay factores protectores —continúa Ana—: nosotros en los programas de la fundación, trabajando la prevención de los trastornos mentales con jóvenes, los que potenciamos son el retorno a la comunidad, el que los chicos tengan relaciones sociales, actividades de ocio saludables, que retomen su formación... Hay otros factores protectores sobre los que no podemos actuar, aunque queremos poder hacerlo en el futuro, y son todos los que tienen que ver con las dinámicas familiares. Por decirlo de algún modo, somos una silla con tres patas: la social, la laboral y la familiar; y si las patas son fuertes, aunque sean dos, tenemos menos posibilidades de caernos”.

MUCHAS PERSONAS
EN DESEMPLEO PROLONGADO
DEJAN DE TENER
RELACIONES SOCIALES

Maribel apunta otro fenómeno que ha detectado en su labor habitual, “que también tiene mucho que ver con la aparición de algún tipo de trastorno: el inicio en el consumo de sustancias, alcohol u otro tipo de estupefacientes. Eso en los últimos años también ha crecido mucho, y además se desarrollan trastornos que luego, aunque cese el consumo de la sustancia, se mantienen”. Ana asiente: “De hecho, hace poco lo comentaban en los hospitales: ha habido un aumento bestial de los trastornos por dependencia, en los que se incluyen consumo de alcohol y de drogas, y además drogas muy psicoactivas, con lo cual la aparición de primeros brotes psicóticos asociados al consumo es muy grande”.

Cómo detectarlo

Les pregunto cómo podemos detectar si una persona cercana puede estar desarrollando algún tipo de trastorno mental. Ana nos explica que “depende de la edad, pero siempre sería la aparición de conductas que no son las habituales o las normales en esa persona. Irritabilidad, ira, trastornos en los ritmos circadianos, sobre todo de vigilia y sueño, trastornos o cambios bruscos en la alimentación, ansiedad....”. Sigue Maribel: “y a nivel físico, caída del pelo, pérdida o aumento de peso... También hay muchas personas que cuando se encuentran en una situación de desempleo prolongada dejan de tener relaciones sociales, por un lado porque a lo mejor no les apetece estar contando lo que les pasa, y por otro porque tienen miedo a que les rechacen, a resultar ‘pesados’. Mucha gente pierde sus amistades porque les aíslan y también porque se aíslan ellos: no quieren contar nada por vergüenza, baja autoestima, frustración, etc.”. Esto es algo que también puede detectar uno mismo, y de hecho, como en cualquier problema, lo primero es asumir que lo tenemos, pues sin hacerlo no podremos solucionarlo. Cuando nos damos cuenta de ello es cuando hay que pedir ayuda, “y no pasa nada, que para eso estamos los profesionales. No hay nada malo en solicitar ayuda”, recuerda Maribel.

¿Y cómo podemos ayudar a alguien con este problema? “Es complicado —concede Ana—, porque para lograr un nivel de activación adecuado que haga posible una intervención con esa persona necesitamos que acuda a su médico de cabecera y a los servicios de Salud Mental. Y sobre todo a éstos se les tiene mucho miedo, pero cuanto más específica es la atención desde el principio más posibilidades hay de recuperación, así que no hay que quedarse en Atención Primaria”. Maribel está de acuerdo: “sí, y además es un derecho: podemos exigir que nos deriven a los especialistas. Y luego, si tienes a alguien cercano en esta situación, en las asociaciones especializadas también te pueden asesorar”. Abunda en ello Ana: “en la asociación hay un grupo específico de ayuda para familiares, y muchas veces vienen con esta problemática: saben que su familiar está mal, pero no saben cómo ayudarle a que entienda que precisa la intervención de un especialista. Entonces en el grupo de ayuda se les dan pautas para intervenir en lo que puedan o al menos para gestionar ellos las emociones que esa situación les produce, porque al final la aparición de una enfermedad mental muy grave provoca en los familiares una situación de duelo, es la pérdida de una persona tal como la conocían, y eso también hay que aprender a gestionarlo”. 

ROBERTO BLANCO TOMÁS

 

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SERVICIO DE DINAMIZACIÓN DE EMPLEO

ASAM


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