Presentada en La Chata la novela ‘La niña del acerico’ por su autora, Celia Herrero
El pasado 20 de junio, en la Biblioteca Municipal La Chata y con la presencia de la autora, presentamos la novela La niña del acerico, cuya acción transcurre en gran parte en Carabanchel y, muy especialmente, en el antiguo mercado que hoy ocupa nuestra biblioteca “La Chata”.
Celia Herrero es escritora y periodista que ha trabajado en tareas parlamentarias, y en la actualidad desarrolla su actividad profesional en asociaciones dedicadas a la defensa de los derechos sexuales y reproductivos. La autora de La niña del acerico nos ha regalado un ramillete de palabras emocionantes para envolvernos en un lenguaje repleto de ritmos que permanecen en la memoria: acerico, hilo de agramán, balates, acequias, Singer, Mariquita Pérez… Detrás de cada término hay una historia narrada con frases acertadas, con adjetivos precisos, con sustantivos y verbos elegantes. La novela transcurre así por páginas que nos atrapan como una telaraña.
¿Quién no posee lugares en su memoria como una isla del tesoro, como un nuevo Macondo, como una Vetusta, lugares inspirados en tierra y mar, en la lluvia y el calor, en paisajes que nos construyen como seres humanos? La niña del acerico conserva esos lugares de Carabanchel, como la casa en la calle de la Sombra, aquí mismo, donde de niña jugó nuestra María Lejárraga. Los lugares de La niña del acerico son de ella y de su familia, pero también son nuestros. Pasan por la sierra de La Fájara, en la Axarquía malagueña; Alcalá de Henares, Fuenlabrada o Carabanchel Bajo… Los lugares son la historia del mundo, pues la civilización se hace con migrantes… Por eso sentimos que cada espacio que habitamos es nuestra patria y un lugar es un hombre o una mujer, es donde trabajamos o amamos, donde buscamos ser felices.
Imaginad un itinerario, como uno de los que organizan las oficinas de turismo siguiendo la ruta que Celia construye en su novela: Nuestra Señora de la Luz, núm. 5; Francolín, núm. 9; Dolores Armengot, 24 y los pisos para empleados; la Quinta de Vista Alegre y sus palacios; la Colonia de la Prensa; el cotolengo; la cestería de Oporto; Gonmar; Los Minutejos; Puerta Bonita; el Campo de La Mina; el Canódromo de la Vía Carpetana; Pescadería Martínez e Hijos; Hermanos Pérez y la primera televisión en el escaparate; el mercado de Carabanchel; el bar La Parra con sus guateques, como si la música hubiera dado el relevo a otra generación.
La música es otro espacio fundamental en la novela, donde cada personaje recuerda las canciones que construyeron su vida: Marianita; La bien pagá; Si me quieres escribir; La zarzamora; Tú serás mi baby, por Les Surfs; Black is black, de Los Bravos; La chica yeyé con la genial Conchita Velasco. La música, la alegría que libera, que descubre un mundo muy amplio, muy diverso. La música y el cine serán los lugares donde el amor entre los jóvenes protagonistas Aurelia y Paquito se hará grande.
Pero en la memoria también habitan los espacios de la Guerra Civil, las batallas, los frentes, las trincheras, el hambre y los bombardeos en la retaguardia. Madrid bien lo sufrió, Carabanchel fue frente de guerra desde noviembre del 36. Espacios tan terribles como las playas de Argelès. Si un día viajáis hasta lo que hoy es un lugar de veraneo en el Mediterráneo, pensad en los meses de invierno del 39, cuando el hambre y las enfermedades mataron a miles de españoles… Espacios atravesados por la memoria de Aurelia, que también supo del sufrimiento de los prisioneros republicanos afanándose en redimir las condenas construyendo la cárcel de Carabanchel.
¿Acaso no es la escuela un mundo donde la infancia tiene el derecho a ser feliz aprendiendo, jugando, investigando, lanzando la curiosidad lejos, cada día más lejos…? Hay en las páginas de La niña del acerico una historia de la escuela republicana mediante el personaje de Irene, otro personaje femenino. Las Misiones Pedagógicas, de pueblo en pueblo, la labor de los diarios escolares, de los intercambios, la figura de Justa Freire, Giner de los Ríos, Cossío… Cómo no recordar los terribles procesos de depuración a los que fueron sometidos los enseñantes que perdieron la guerra de la cultura. Éste fue el principio de una terrible posguerra en la que Aurelia abandonará poco a poco la escuela de vecindad en la calle Nájera, como otras niñas que enseguida fueron apartadas de la escuela para cuidar de la familia o para trabajar intentando escapar de la pobreza.
La emigración fue para miles de españoles la salida del hambre, pero muchas familias encontraron en el esfuerzo diario de las mujeres, en su solidaridad, en la alegría, en el amor que entregaban sin el suficiente reconocimiento, los cimientos de una vida en la que, a pesar del gris de los tiempos, ellas se encargaron de poner sabor en el agua fría de los botijos, de empapelar las paredes de las casas con otros colores. Las mujeres son las protagonistas de esta historia, no las únicas, pero las que llegan a nuestros sentidos con su entereza, su apoyo mutuo, su rebeldía interior. Trabajadoras en mil sitios, limpiando casas, en las cocinas, en los talleres de costura, en los puestos de los mercados, donde hiciera falta para que las hijas y los hijos construyesen su propio camino. Ejemplos de solidaridad entre estas mujeres que sabe relatar en cálidos diálogos la autora.
Uno de los aspectos más enriquecedores de la novela es la multitud de personajes que aparecen, y que la inteligencia y el buen estilo literario de Celia Herrero despliega en abanico para ofrecernos un barrio y una sociedad que es la nuestra, nuestros orígenes.
Las páginas se llenan con otras luchas impresas en nuestra memoria más reciente: el movimiento obrero, la ruptura con el modelo de mujer del franquismo, el cuidado mutuo ante una interrupción del embarazo que llevaba a la muerte cada año a miles de mujeres, por la denuncia del hoy tristemente famoso Patronato de Protección de la Mujer, una de las instituciones más terribles que pervivió hasta los años ochenta.
Celia Herrero muestra en las páginas de su novela la necesidad de conocer lo que otros fueron, para entendernos, para hacer de la empatía un rasgo esencial y vivir con mayúsculas el destino de Aurelia, “que no iba a perderse nada, ahora que sabía lo que había al otro lado”.