Tenemos ya el pistoletazo de salida de las elecciones y, a dos meses de las municipales y autonómicas, ya vemos las luchas intestinas entre unos y otros como una verdadera orgía. Ya no es la lucha entre las diferentes opciones y partidos políticos, sino en el seno de sus propias organizaciones, con nuevos casos de traición, de acusación o de corrupción. Ante el poder todo vale. Si algo no nos gusta, desde el poder se cambia y ya está: todas las leyes hechas a su medida. Es desde este panorama de egoísmo tan indecente que vemos cómo se expresan en todo su vigor los personalismos y personajes con sus distintas parcelas de poder, mientras los ciudadanos nos encontramos secuestrados de sus decisiones y peleas por el reparto del botín electoral. Desde luego, para ellos hay mucho en juego. No en las personas que sufren el paro, la crudeza de la crisis, pues ese problema no se ha resuelto. Lo lamentable es que, según ellos, solo es a ellos a quien se puede votar.
Pero quien manda es el dinero. Y que corra. Y es muy importante que los dineros se puedan prestar para podernos esclavizar. Entonces yo me pregunto: ¿para qué votar y a quién, si todo se pliega a la deuda que han contraído otros y que ha contraído el Gobierno “para nuestro bienestar”? Según nos dicen, todo ha mejorado, aunque las personas, la gente común, no lo vemos. Pero hay que entender que el carácter público de lo político se ha perdido totalmente, y se dirá que habrá buenos y malos en su quehacer, pero lamentablemente esto no es creíble, pues la operatividad individual es inexistente por la misma disciplina de partido en la que el líder es el que establece los parámetros a seguir.
Nos sentimos chantajeados: no podemos votar libremente, pues si nos salimos del guion será un cataclismo mayúsculo, nuevamente según ellos. ¿Qué democracia es la que vivimos, donde no decidimos sobre nosotros ni sobre nuestra propia vida?
Esperemos que ante todo se vote con el corazón, y que no haya sobresalto ni temor a la hora de hacerlo. Aunque las opciones están complicadas, necesitaríamos al menos una ley de responsabilidad política para que las decisiones de los partidos estuvieran expuestas al electorado.