Sociedad enferma devorando su propia sanidad

Vivimos en una sociedad enferma, en la que los máximos valores son el dinero y el poder. Nada es más importante, y por éxito entendemos acaparar dinero y/o poder, a ser posible exhibiéndose ostentosamente.

Nos hacen creer que todo se puede comprar con dinero, aunque nuestras vivencias nos demuestran a diario que no es cierto. Llenamos nuestro tiempo con actividad, como el hámster incapaz de dejar de correr en la rueda, porque si paramos de hacer o de entretenernos podemos sentir un gran vacío. Ese vacío es proporcional a la distancia a la que estamos de nosotros mismos, a la cantidad de principios a los que hemos renunciado (dignidad, honestidad, igualdad, libertad, respeto…) y al grado en que el individualismo ha calado en nuestro cuerpo.

En este momento, parar es un acto de rebeldía necesario. Dejar la acción y la distracción, bajar el volumen del ruido externo para poder contactar con lo que somos y tomar conciencia de ello.

La falta de conciencia nos hace manipulables y sumisos, nos imposibilita tener un criterio propio y nos dificulta sentir plenamente. Sustituye el sentir por el pensar, teniendo como posible menú solo pensamientos externos, implantados. En esta sociedad hay un exceso de egoísmo, narcisismo y hedonismo y una dolorosa falta de humanidad y empatía. El “yo” prima sobre el “nosotros”, y vivimos muy aislados, por lo que la soledad nos visita frecuentemente.

La pandemia ha supuesto un duro golpe para todos nosotros, al dificultar la presencia y el contacto, tan necesarios a nivel humano y generando unos muy altos niveles de ansiedad. Aunque somos capaces de crear una potente coraza emocional, el miedo y el odio no son buenos sustratos para nuestra nutrición y presentamos abundantes malestares físicos y psicológicos.

Llegados a este punto, sería necesario contar con adecuados recursos sociosanitarios, pero la ambición de los que gobiernan en la Comunidad de Madrid ha convertido el derecho de todos en su negocio. Estamos asistiendo a la demolición de la sanidad pública en Madrid.

Desde el inicio de la pandemia, los Servicios de Urgencia de Atención Primaria continúan cerrados sin ninguna justificación. Atendían 750.000 consultas al año, y esas personas se ven forzadas a colapsar las urgencias hospitalarias. Las listas de espera hospitalarias se han triplicado y superan las 800.000 personas.

En las residencias geriátricas han fallecido abandonados más de 7.000 ancianos, sin asistencia médica. Un protocolo de la Consejería de Sanidad impidió su traslado a hospitales.

En la Atención Primaria hay falta de personal en todas las categorías. La escasez de plantilla administrativa conlleva dificultad para el acceso telefónico, lo que ocasiona colas interminables y vergonzosas en los centros de salud. Ahora el personal administrativo tendrá que decidir el tiempo de demora de la cita del paciente, algo que sobrepasa sus competencias.

La enfermería atiende sus funciones habituales (extracciones para laboratorio, consultas asistenciales, atención domiciliaria…) y se ocupa de los test diagnósticos de COVID y doble campaña de vacunación.

En medicina de familia las agendas son interminables, contamos con menos de 7 minutos para cada paciente y más de 40 pacientes cada día. Durante años, los contratos ofrecidos han sido tan indignos que no hay médicos de familia en Madrid, se han ido. Todas las ausencias (enfermedad, vacaciones, jubilación…) se reparten entre los compañeros, haciendo insostenible la situación. Hay más de 300.000 madrileños que no tienen médico o pediatra asignado. Su médico se fue definitivamente y la plaza no tiene titular.

La razón de esta situación es la falta de financiación: siendo la comunidad con mayor riqueza es la que menos invierte en Atención Primaria (11% del gasto total sanitario, cuando debería ser un 25%). El objetivo es colapsar el sistema sanitario público y privatizar sus servicios.

Solo desde el individualismo predominante se puede entender la pasividad de trabajadores y ciudadanos, que ven cómo se les está privando de sus derechos laborales y de salud y no reaccionan. Ser testigo de ello y sentirme cómplice de alguna forma me produce una tristeza similar a la experimentada al contemplar un cuadro de las pinturas negras de Goya, Saturno devorando a su hijo. Sociedad muy enferma.


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