HABLANDO DE URBANISMO. El fracaso de la convivencia entre peatones y estacionamientos

En la convivencia de nuestros barrios, pocas cuestiones generan una mayor discusión que la del peatón frente al aparcamiento, o viceversa. Curiosamente, para polemizar basta una única persona, vecina y conductora, que mientras busca aparcamiento en la vía pública reniega de la falta de plazas libres, de la dificultad de circular, etc. Pero una vez ha estacionado, continúa a pie, caminando por aceras que son bordillos y esquivando vehículos aparcados sobre los cruces. En ese momento se transforma en una fanática peatonal.

Nuestros barrios “tradicionales”, fruto de la especulación, la improvisación y, sobre todo, de la ceguera intencionada, son, básicamente, un fiasco en términos de convivencia peatonal, circulatoria y de estacionamiento. Y el caso más extremo lo vivimos en calles donde todos, peatones y conductores, pierden, y ninguna de las partes sale claramente beneficiada.

Nos referimos a vías como la de Eulalia Gil, en Vista Alegre. Con 230 metros de longitud, esta calle tiene unas 85 viviendas y apenas unas 75 plazas de aparcamiento privadas, todas en uso. Dado que la mayoría de los edificios existentes carecen de aparcamiento suficiente, o simplemente no tienen, se buscó la solución más rápida y económica e infinitamente menos complicada: aumentar el espacio de estacionamiento público.

¿El resultado? Dos bandas de aparcamiento para apenas 65 plazas, que no cubren la demanda de los residentes de la propia calle. ¿Las consecuencias? Dos aceras reducidas al mínimo, donde es imposible cruzarse con otra persona, mientras se circula esquivando los retrovisores, los contenedores, el goteo de los aires acondicionados y a los vehículos SUV que suben las ruedas al bordillo.

Además, el ancho de la franja de circulación es incómodo para el paso de coches particulares, e insuficiente para el de vehículos industriales y de servicios. Maniobrar para aparcar requiere de años de experiencia (y un seguro a todo riesgo para los partes sin contrario).

Nuestras Administraciones públicas son conscientes de que la recuperación del espacio público para la circulación y la estancia peatonales no es una moda. Es una necesidad acuciante, en términos ambientales y de bienestar residencial. Y así, dejando de lado las calles como la de Eulalia Gil y centrándose sobre las vías llamadas “estructurales”, se han lanzado a la reconquista contra el asfalto, esperando al mismo tiempo que la falta de estacionamientos la resuelva el mercado inmobiliario. O quizás rezando para que el grupo mayoritario de residentes habituales, con una ratio de 1,5 vehículos por casa, sea mágicamente sustituido por la ciudadanía fundamentalista del transporte alternativo.

Son conscientes de que se trata de un parcheo, sabiendo que las soluciones necesarias y verdaderamente útiles requieren tiempo e inversión pública, y que, de llegar al resultado más eficiente, no van a satisfacer a más de uno.

En conclusión, a pesar de las actuaciones puntuales, Eulalia Gil seguirá abandonada, siendo una calle fracasada. Y la suma de todas las vías fracasadas nos da un barrio fracasado.

Felo de Andrés, arquitecto


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