HABLANDO DE URBANISMO. Ondearán banderas andrajosas

Hoy en día, resulta arriesgado opinar sobre banderas, sobre todo si se trata de la enseña nacional. En esta ocasión está más que justificado. Y no busquen segundas intenciones, porque no las hay.

Hace un par de años se realizó el izado de la bandera española en la rotonda de la avenida de la Peseta con la avenida de Carabanchel Alto. El acto, casi sin publicidad, se ejecutó en presencia institucional, Policía Municipal y Nacional y la Banda Sinfónica Municipal de Madrid. Y así continuaron implantando mástiles, enseñas (y casualmente al mismo tiempo cámaras de vigilancia) hasta completar el engalanamiento de siete rotondas de la ciudad, buscando resaltar la importancia “de la recuperación de los símbolos nacionales y de saberlos transmitir”, según palabras del alcalde.

Sin llegar al año de ondeo, la bandera en cuestión fue sustituida, antes de que se la llevara el viento de envejecimiento prematuro. Y en menos de un año después del primer cambio, la nueva enseña se pliega intentando evitar mostrar sus vergüenzas: los colores rojo y gualda ya grisáceos de la polución y el lienzo con las esquinas rotas y desgarradas por el viento.

Como en otros lugares, en la España actual tenemos una deuda permanente con relación al paisajismo de las rotondas. Hemos construido muchas y las hemos adornado con todo tipo de… Nuestro mejor ejemplo puede ser el “obelisco” de la plaza de Castilla. Una suerte de inmenso “consolador de oro”, pagado por una entidad bancaria como regalo para la ciudad que le aportó tanto (a su bolsillo). Igual que un caro juguete sexual, el obelisco posee engranajes que mueven y deforman la corteza cilíndrica de lamas, creando una suerte de onda visual de abajo a arriba. ¿Ustedes lo vieron “vibrar”? Serían las pocas personas afortunadas.

La realidad es que, al poco tiempo, el Ayuntamiento descubrió que el regalo venía con manual de instrucciones y un mantenimiento por valor de 150.000 euros anuales. Así que le quitó las pilas y fin. Y así permanece, estático, perdiendo poco a poco su capa dorada, rodeado de un círculo de mármol sucio y envejecido donde crece el pasto todas las primaveras. Turbadora imagen para un centro de ciudad.

La realidad es que da igual que sea un cimborrio brillante de 90 metros o una bandera en un mástil de 15. En Madrid no se enriquece el paisaje urbano, simplemente se abandonan objetos. Con mayor o menor criterio estético, se van dispersando, dejándolos a su suerte. Porque para las empresas de mantenimiento sigue resultando más beneficioso sustituir un elemento que cuidarlo, ya sea mobiliario, decoración o vegetación. Máximo beneficio económico, nula economía sostenible.

Nuestra bandera requiere de unos mínimos cuidados y mucho respeto. No solo por su carga representativa, sino porque desde su izado forma parte del entorno y lo engalana. Si lo que buscaban era precisamente que al verla apartemos la mirada por pena, lo están consiguiendo. Y mientras no tomen conciencia del valor de las cosas seguirán ondeando las banderas andrajosas.

Si quieres que comentemos sobre algún hecho urbanístico que te afecta, escribe a pupu2129@yahoo.es, a la atención de nuestra columna.


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