Los productos de exportación de América Latina no siempre han sido bienes tangibles, como el petróleo, el carbón o la trasferencia de capitales hacia los países ricos. Lo han sido también intangibles. Y en gran abundancia. Durante muchos años, México exportó lágrimas, una fuente inagotable de divisas, a través de sus novelas que pulverizaron el corazón del mundo.
Colombia ha exportado siempre alegría hasta en situaciones límite de calamidad, y la destreza para sobrevivir en condiciones adversas. Ecuador exporta, además de mano de obra barata, una humildad digna de toda admiración. Argentina, su genio futbolístico. Pero lo que hoy está en boga es la exportación de amor y ternura por parte de los países pobres. Las naciones europeas envejecidas, como España, demandan este “producto” para cuidar a sus ancianos y a sus niños. Miles de mujeres y hombres llegan a Europa cargados de la preciosa “mercancía”, sin antes cumplir los requisitos de trámite exigible a toda mercadería: pago de aranceles y restricciones propias del mercado global. A diferencia de las mercancías tangibles, el amor y la ternura no necesitan altas tecnologías para producirse. Tampoco inversión de grandes capitales. Y lo que es más rentable: llega sola.
El déficit de amor y ternura en España es colosal. La tasa de natalidad sigue siendo la más baja de Europa. Hay más viejos que niños. Y ellos necesitan de amor y ternura que no puede producir. Sí. Hay que importar estos sentimientos con categoría de mercancía. Y Latinoamérica es productor por excelencia. Pero, ¿quién controla su calidad? Nadie. Lo único cierto es que se exige que el amor y la ternura sean de gran calidad. Eso sí, con la menor inversión posible. Estos productos los fabrica una maquina viva que, igual que los ancianos y los niños que cuidan, aman y necesitan ser amados. También necesitan de un techo para vivir y soñar, de comida, de ropa; es decir, de unas condiciones mínimas para vivir como seres humanos. Y esto implica, también, amor y ternura.
Estas máquinas humanas son importadas por los países europeos bajo sus normas. La gran mayoría ingresa de contrabando. Las máquinas humanas defectuosas se pueden repatriar, éstas que han huido de la miseria o de las guerras son seres que producen amor y ternura al natural. Para los europeos el amor y la ternura que importan de América Latina no es, en consecuencia, amor y ternura. Son simples servicios. Y los servicios están sujetos a las fluctuaciones de la oferta y la demanda del mercado globalizado. Ya no son tiempos en que se venía a Europa a vender sueños, como el inolvidable personaje de un cuento de García Márquez. Entre otras cosas, porque los sueños se desbaratan buscando dónde soñar.
Parece mentira que una sociedad donde las vacas escuchan música de cámara para producir leche de mejor calidad no se preocupe por mantener en óptimas condiciones a esos hombres y mujeres que diariamente producen amor y ternura para el cuidado de los suyos.
Arturo Prado Lima