Después de los frustrantes proyectos de jardines renaturalizados en la C/ Duquesa de Tamames y del tapizado de rotondas en la Vía Lusitana, resulta refrescante descubrir proyectos como los siguientes.
La peatonalización de la calle Laguna ha sido reclamada reiteradamente por vecinas, entidades y partidos políticos hasta su consecución en este año. Las ventajas ambientales y económicas se evidenciarán a medida que la vecindad se anime a circular por la antigua calzada y descubra la comodidad de disfrutar y comprar en este nuevo paseo arbolado. Sin embargo, poca atención reciben los parterres nuevos, microespacios naturales, donde se han priorizado especies autóctonas, resistentes y de bajo mantenimiento y necesidad de riego.
La población no parece percatarse del ellos, ya que no destacan debido a la sencillez de su vegetación. Sin embargo, su función es muy importante. Estos espacios están diseñados como jardines de lluvia, para gestionar el agua de forma natural, mejorar la calidad del agua infiltrada y contribuir a la biodiversidad urbana.

El otro proyecto parte de la movilización ciudadana. A través del podcast de Kúrkuma Lab Buenos días... ¡Serán pá ti! hemos conocido la plataforma colaborativa Garden Atlas, dedicada a “descubrir, cartografiar y difundir contenidos sobre jardines y sus especies, mostrando cómo influyen en el cuerpo, el ambiente y la cultura”.
La web alberga múltiples acciones y proyectos, entre los que destacamos el proyecto ZASS en Villaverde. ZASS (zonas amarillas sensibles sostenibles) está impulsado por el colectivo Ciudad Huerto y la paisajista Malú Cayetano, con la colaboración de la Cooperativa Biodiversia, investigadores de la Universidad Complutense de Madrid, el centro ocupacional Afandice y el tejido social de Villaverde. Además, cuenta con el apoyo institucional de Fundación Montemadrid y CaixaBank, que financian la iniciativa.
Su enfoque se centra en transformar la jardinería urbana hacia modelos sostenibles y resilientes, adaptados al cambio climático. Para ello, utiliza soluciones basadas en la naturaleza, experimentando con vegetación silvestre y especies autóctonas en parcelas de jardinería experimental. Además, promueve la ciencia ciudadana y la participación comunitaria para democratizar el conocimiento y la toma de decisiones, creando comunidades de aprendizaje inclusivas que integran a colectivos vulnerables.
En conclusión, las iniciativas que combinan innovación ecológica, inclusión social y colaboración vecinal para repensar el diseño y gestión de zonas verdes urbanas están en manos de los movimientos vecinales. Nuestras Administraciones públicas avanzan en esto, sí, pero muy “tímidamente”. Se siguen priorizando soluciones rápidas y estéticas convencionales, mientras que la renaturalización requiere planificación a largo plazo, inversión en mantenimiento y un cambio cultural hacia modelos más sostenibles y participativos.
A ver si de una vez cogen recorte y asumen que la jardinería natural mola más que el plástico.





