Mi barrio

Mi barrio se engulle en Madrid. Las calles de Federico Grases, Alba de Tormes, Real Madrid, Piedrahita, Witerico, Belvis de la Jara, Albarés de la Ribera… vistas desde el aire parecerán todas juntas una mota pequeña, un grano de arena en el mar de calles, edificios y arboledas que fácilmente pueda despistarse en ese casi infinito.
Pero es que, desde cerca, pisando sus aceras, mirando sus paredes, también parece que esté siendo olvidado, abandonado a su suerte, como si no fuese importando el brillo, ese toque de dignidad que viene del alma puesta en su cuidado.
Es como si le hubiésemos soltado de la mano y se fuese deshilachando, dejando con el tiempo un poco más atrás el aspecto digno, aseado, vivo incluso, diría yo, de algo que, con fuerza, pudiese sacar su savia cada día para alimentar el aire que va con nosotros a cada paso.
Andar sus caminos, esas aceras cada vez más sucias y desconchadas con sutiles trampas para caminantes confiados, con adoquines punzantes o agujeros de formas y tamaños llamativos.
Pero, ¿es que nadie que pueda remediarlo se da cuenta de que la parte más mirada de Madrid, sus aceras, el suelo que pisamos, es cada vez más como un suelo derrotado que no puede superar él solo que vaya pasando el tiempo y el descuido? Puede que por eso hayan surgido otro tipo de artistas callejeros, paladines de un arte nuevo que buscan remendar las calles rotas, quizá porque han oído sus latidos y les duele, y, con piezas rebuscadas o reinventadas, intentan remediar la desarmonía y que parezca al menos que alguien piensa en ellas para aliviar un tanto sus heridas.
Pero también hay parques áridos y terrosos, de bancos rancios y papeleras oxidadas, donde juegan los niños y la gente charla en un paisaje triste y mustio. Y hay rincones sometidos donde se acumula la basura y la maleza, y no me gustan; casi no puedo soportarlos sin hacer una mueca de rabia y de sorpresa porque veo que es imposible que un barrendero solitario pueda ganar esta batalla armado de cogedor y escoba, aunque se afane.
Y es verdad que todos debemos implicarnos en el cuidado de esa casa más grande donde está la más propia pero que también nos pertenece, y es verdad también que aquellos que pueden tomar decisiones de mayor envergadura y administrar bien las cuentas públicas no deberían olvidarse de tocar las calles, mirarlas y ver lo que en verdad es.
Pero aún me sorprendo porque, con todo, y sin perder la esperanza, la flor se empeña en mostrar la primavera.
Mª Montfragüe Pulido Díaz

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