HABLANDO DE URBANISMO. La limpieza de una acera

Todas las mañanas, al salir en dirección al trabajo, la acera del número 17 de mi calle brilla por la fregona recién pasada. Tina, mi vecina, ha repetido esta acción todos los días que recuerdo desde que resido aquí, y estoy seguro que desde mucho antes, posiblemente toda su vida.

Como muchos, ella y su marido emigraron a Madrid, compraron una parcela en Pajarones, construyeron una modesta casa, plantaron un pequeño huerto y comenzaron una nueva vida. A Tina no le hables de civismo, y no entiende de co-responsabilidad social, simplemente es lo que debe hacer. Porque el trozo de acera pública que limpia es tanto suya como nuestra, pero es la entrada a su casa.

Tina también se ha adjudicado la labor de avisar a los “despistados” que mal ocupan la plaza de discapacitado de enfrente. Mejor hacer caso de su consejo. La policía siempre viene. Ella conoció al joven que en el final de su vida era el anciano usuario de esa plaza de aparcamiento adaptada.

Los nuevos que nacieron aquí y los que hemos llegado después vivimos ahora en portales que son de muchos, y hemos decidido, de manera consciente o no, delegar nuestras responsabilidades vecinales. Ya no limpiamos nuestras aceras, nos las limpian. Ya no cuidamos nuestras calles, nos las mantienen. No cuidamos a nuestros vecinos, otros lo hacen.

Estas decisiones son legítimas y aportan riqueza laboral. Nos permiten centrar nuestras vidas en otras tareas, quizás también de servicio a la comunidad. Pero con la delegación también llega la desafección; el desapego, vamos. Y pasamos de responsables a responsabilizar a otros.

También nos alcanza el desconocimiento voluntario del coste de las cosas, e ignoramos conscientemente el valor del mundo de puertas para afuera. Y por último nos alcanza el aislamiento. Llenamos nuestro entorno de PAUs y de PAUs dentro de PAUs. Nos encerramos en los hogares. Renegamos de toda relación de vida con nuestros vecinos. Y ya no pedimos, exigimos. Residimos rodeados de desconocidos a los que no saludamos y de los que sentimos miedo y desconfianza. Lo educado ya no es saludar, sino ignorar al prójimo.

En definitiva, podemos conocer mejor las ruinas de Machu Picchu que nuestro propio barrio. Así, no nos interesa el nombre de nuestras calles, plazas, parques y barrios y su significado (si lo tienen). Vivimos el día a día dándole la espalda a la historia, por modesta que ésta sea. Podríamos hablar de que esta forma de vida es fomentada, intencionadamente, por algunos sectores que favorecen el aislamiento del individuo en detrimento de la solidaridad y la cohesión social. Pero este tipo de argumentos se lo dejaremos a otros foros. Cabe preguntarse cuándo olvidamos que delegar no nos hace menos responsables.

Y mientras tanto, todos los días Tina nos ofrece una lección silenciosa de lo que significaba pertenecer a una vecindad, a un espacio urbano compartido. Ella no lo sabe, ni le importa saber, simplemente es partícipe a su manera del bien común. Y es nuestra vecina.

Si quieres que comentemos sobre algún hecho urbanístico que te afecta, escribe a pupu2129@yahoo.es, a la atención de nuestra columna.


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