HABLANDO DE URBANISMO. Cambiando tiendas por viviendas

Cada vez son menos las voces nostálgicas que, paseando, van señalando las fachadas con su mano (o su bastón) y refiriendo qué tienda había en ese lugar. Lo sucedido es la historia repetida. Más de 30 años después de la anexión, los Carabancheles seguían manteniendo la existencia cotidiana de los pueblos. En pocas manzanas, las vecinas tenían todo lo necesario para la familia: alimentos, ropa y enseres, limpieza y aseo personal. Incluso para los regalos festivos y el cuidado médico. Podían llegar a ser uno por esquina los bares para los parroquianos y trabajadores y/o los restaurantes de menú y familiares de fin de semana. Había que proveer a la creciente marea de nuevos madrileños y, después, a la primera generación.

Con todo, la rentabilidad empezó a reducirse, al tiempo que envejecían los comerciantes. Ya en los 80, comenzaron a construirse los primeros bloques con viviendas de suelo a cielo. Ya no compensaba dedicar los espacios de planta baja para el comercio o el ocio. El pequeño comercio, bar o restaurante sobrevivía más por la costumbre de levantar la verja cada día y ver a los amigos que por la rentabilidad.

Y finalmente, las jubilaciones dieron paso al cierre. Se traspasaron, la mayoría sin éxito. Los de siempre ya no estaban, y los nuevos tenían otra forma de comprar. Con la nueva población consumidora llegaron nuevos servicios de proximidad, pero éstos buscan situarse en las “calles más comerciales”. En consecuencia, el mercado se ha encontrado con un excedente de locales, al tiempo que sufre de déficit de vivienda.

Las dimensiones de los locales coinciden con el espacio más o menos necesario para la creciente demanda de estudios en alquiler, para 1 o 2 residentes. En inicio, sucedía de forma casi accidental. Actualmente, hay lobistas de este nuevo mercado, especialistas en la compra y reventa de estos locales.

Se adaptan todos los locales, sea cual sea su capacidad. Hacer la obra es relativamente fácil. Lo verdaderamente complicado es la tramitación de licencias y los condicionantes urbanísticos. Al proyecto, necesario para el cambio de uso, y a la dilatadísima tramitación, se les unen las superficies mínimas, los 3 metros de fachada, la ventilación, la iluminación natural, etc. Además, el permiso de la comunidad de vecinos y la dotación de una plaza de parking privado por cada dos unidades.

Con todo esto, la mayoría se quedan en la obra, muchas veces ilegal, rogando por una futura legalización. Dando un paseo por la calle es relativamente fácil distinguir el apartamento “legal” del local adaptado. Basta con observar que la vivienda “con papeles” tiene buzón y unas gigantescas ventanas a la calle

En conclusión, por mucho que en determinadas áreas o barrios surja un nuevo comercio de cercanía y hasta sostenible, la población actual dista mucho de ser un cliente habitual, y la oferta de espacio comercial seguirá siendo muy alta. Nos dolemos por la desintegración de la vida social y económica y su transformación en barrios dormitorio... Pero, ¿qué otras alternativas hay?

Felo de Andrés, arquitecto


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