Los beneficios caídos del cielo y los precios estratosféricos de la luz

Cómo funciona el mercado eléctrico y qué está encareciendo la factura

Para abordar el problema del aumento vertiginoso del precio de la electricidad, a finales de octubre la Asamblea Popular de Carabanchel organizó una asamblea debate en la plaza de Oporto. Contamos en esta ocasión con la participación de Rodrigo, miembro de Ecologistas en Acción, que nos explicó cómo funciona el mercado eléctrico y qué está haciendo subir el precio de la luz.

Como marco para entender el problema, aclaró que la electricidad consumida por los hogares representa solamente un cuarto de la energía producida, es decir, que el eléctrico no es más que una parte del mercado de la energía. Es la energía la que permite que vivamos como vivimos —con gran movilidad, consumo…—, y nos hemos acostumbrado a tenerla barata. Pero el 80% de la energía producida viene de los combustibles fósiles, y el gran problema actual es que estos combustibles fósiles baratos que hemos usado hasta ahora se están agotando.

Esto está impulsando las energías renovables, que en 2022 generarán el 45% de la energía. Hoy por hoy las renovables son más baratas que otras fuentes energéticas, pero todavía no son las mayoritarias. Por eso, y a modo de resumen, el coste de la energía está aumentando y eso se está trasladando sobre todo a los hogares. La causa: el mercado eléctrico y su funcionamiento.

El acto tuvo lugar en la plaza de Oporto.  El público escuchó con interés la charla. Foto: APC

 

El mercado eléctrico

Y aquí es fundamental entender que el marco regulador de este mercado es europeo, es decir, que es la UE la que tiene la última voz al respecto. Sin embargo el mercado español tiene unas características propias que lo hacen peculiar. La primera es que es un mercado con solo cuatro grandes empresas que lo dominan, y son esas mismas cuatro grandes que controlan la generación de electricidad, que controlan su distribución y que controlan su comercialización. Este oligopolio les confiere tal poder e influencia que hasta ahora han determinado la redacción de las leyes de tal forma que éstas les benefician.  Así se explica que al año obtengan entre 5.000 y 6.000 millones de euros más de beneficios que sus homólogas europeas.

El mercado está diseñado de tal forma que el precio de venta de toda la electricidad lo marca el precio de la generada por la fuente de energía más cara del momento, en este momento la generada por las centrales de ciclo combinado que usan el gas natural. Éste, por cierto, no para de encarecerse por asuntos internacionales.

Pero la electricidad tiene diferentes orígenes. Por ejemplo, están las renovables que no tienen coste de generación —el sol, el aire, las mareas... son gratuitas—, y una vez cubiertas las inversiones de las instalaciones que las generan su coste es mínimo. Otro tanto pasa con la electricidad de origen hidroeléctrico —las infraestructuras se construyeron hace ya muchos años y están más que amortizadas—. Sin embargo esta electricidad mucho más barata es vendida también al precio de la más cara, generando unos enormes beneficios a las empresas productoras: son los llamados “beneficios caídos del cielo”. Y éste es uno de los grandes defectos del actual mercado eléctrico: que no recoge los costes reales de producción. Desde hace años las organizaciones ecologistas reclaman que estos beneficios extraordinarios no se los queden las empresas, sino que se reinviertan, por ejemplo, en las redes de transporte de la energía. Porque el coste de las redes de transporte, los llamados “costes del sistema”, los pagamos los y las consumidoras en los recibos. Si los “beneficios caídos del cielo” sirvieran para pagar estos costes lo notaríamos también en una reducción de nuestras facturas.

En la producción de electricidad hay distintas fases: la generación, el transporte —las líneas de alta tensión que atraviesan todo el territorio— y la distribución.

En 1998, la liberalización del mercado eléctrico obligó a separar cada una de esas fases. Así, por ejemplo, del transporte de la electricidad se encarga la entidad Red Eléctrica, que es privada aunque tiene una participación de la Administración —el SEPI— de un 20%. Este transporte genera los anteriormente citados “costes del sistema”, que suponen entre 19.000 y 20.000 millones de euros al año a la Administración pública y que pagamos los y las consumidoras, ya sea en el recibo o sea vía impuestos/gasto público.

Pero la separación de las fases de la producción de la electricidad no significó que fueran empresas diferentes las que monopolizaran cada fase: las grandes empresas eléctricas dividieron estas actividades dentro de una misma corporación. Así las productoras tienen también sus empresas comercializadoras, que son las que llevan y venden la electricidad a las casas. En la práctica, las cuatro grandes productoras —Endesa, Iberdrola, Naturgy y EDP España— son al mismo tiempo las grandes vendedoras. Se ha generado así un oligopolio del mercado dentro de un marco legal.

Rodrigo afirmó que la regulación estatal del precio de la luz sería la mejor opción para evitar que sean los hogares los que paguen las subidas de la misma, pero que la tibia reacción del Gobierno español no parece encaminarse en esa dirección. Aunque es cierto que su margen de maniobra no es muy amplio debido a que su marco es europeo y la UE se niega a cambiar el sistema que, considera, tan bien le ha funcionado, y aunque parece pesarles también el miedo a las cuantiosas indemnizaciones que judicialmente puede reclamar el oligopolio de las grandes eléctricas, lo que está claro es que no parece dispuesto a enfrentarse a la influencia y gran poder de éstas.

Tras la explicación, se inició una ronda de preguntas y propuestas de las personas asistentes. Algunas sugirieron realizar apagones diarios a una misma hora para afectar a los bolsillos de las eléctricas, pero Rodrigo explicó que esto no dañaría en absoluto a estas empresas, solamente crearía un pequeño caos dentro del sistema de distribución eléctrico, siendo la mejor opción cambiar nuestros hábitos de consumo y reducir nuestro uso de la electricidad —“Lo que les duele es que consumamos menos”— para que perciban la bajada de ingresos.

Otra de las propuestas lanzadas fue la de reaprovechar los espacios dedicados a la muy contaminante industria cárnica para situar en ellos las infraestructuras generadoras de energía necesarias. Sin embargo Rodrigo objetó que en la Península no hay un problema de espacio —de hecho el interior está muy deshabitado: la llamada “España vaciada”—, sino un problema de unos intereses que se imponen a otros y de organización del territorio.

Como forma de reducir la dependencia de las eléctricas, una participante propuso inspirarse en Alemania y apostar por sistemas de comunidades eléctricas que a base de fuentes renovables se autogestionan tanto la producción como el consumo eléctrico. Es una apuesta bastante difícil en la ciudad, pero no imposible, porque está claro que es muy positivo agruparse para conseguir objetivos comunes.

Finalmente, entre debates sobre el consumo, la producción o la nacionalización del mercado eléctrico, se ha llegado a la conclusión de que por ahora lo que podemos hacer es seguir protestando y reclamando una profunda reforma del mercado eléctrico, que hay que modificar nuestros hábitos y prácticas y buscar alternativas como organizarse en comunidades eléctricas que produzcan su propia energía y, especialmente, esforzarse en reducir nuestro consumo, no solo con la electricidad, sino en todos los aspectos posibles, porque el ritmo de consumo actual, propiciado por los deseos consumistas que nos crea el capitalismo, está generando una pérdida masiva de recursos que pone en riesgo al planeta.


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