No hace falta mirar más allá de nuestras narices para darnos cuenta de que todos estamos gobernados por el miedo.
Vivimos en una sociedad crispada; por polarizaciones, por excesivas aunque poco infundadas opiniones, por la sobrecarga de la información y la falta de ella y por el placer confundido con la necesidad.
Necesitamos una serie de elementos y agentes que en realidad son innecesarios, pero los cuales el sistema nos vende como “vitales”. Esta sociedad del consumo nos incita a absorber todo lo que se cruce por nuestro camino. Pero en realidad absorber no es retener nada.
La marca IPhone saca con relativa frecuencia un nuevo modelo, insinuando así al comprador tardío como un verdadero atrasado a su tiempo; las influencers hablan de que todos los cuerpos son válidos mientras patrocinan las clínicas estéticas donde les atienden semana sí y semana también. Y hoy en día cualquiera puede abrir un podcast cual pseudoperiodista o divulgador donde enardece al hombre por encima de la mujer, reclamando que “se han perdido los valores tradicionales”.
Cabe destacar que los avances no son malos, el problema es lo que se hace con ellos. La técnica ha democratizado sectores antes muy terciarios y los cambios sociales son innegables y un genuino alivio.
Pero yo me pregunto: ¿por qué cuando hay más información que nunca nos sentimos más desinformados? ¿Por qué cuando parece que tenemos la batuta de la orquesta en realidad hay un director ajeno a nosotros que nos mueve las cuerdas?
A mi parecer, todo gira en torno al miedo. Ésta es una emoción intrínseca al ser humano, la cual subyace desde nuestro yo más animal y trata de autoconservarnos tal y como anunciaba Hobbes.
El problema no son las tecnologías, tampoco la libertad de expresión ni la abundancia de información. El problema es que muchos aspectos se ven dirigidos por el miedo. Por el temor a quedarse atrás, a no ser aceptado, a la soledad o el impulso de subirte al carro del odio. Esa falsa seguridad que se instaura en odiar al prójimo, pelearnos entre nosotros, en vez de informarnos con propiedad o escucharnos para dialogar.
La amenaza más pasivo-agresiva es cuando estos directores y controladores del sistema se sirven del miedo para tenernos siguiendo su rastro de migajitas de pan. Los dirigentes radicales que se encuentran en el poder en varios lugares del mundo se sirven de este miedo para hacer a las masas inútiles y necesitadas.
La gente vota movida por emociones, más que por falta de indicios que demuestren lo contrario. Los fanatismos prometen y prometen y promueven una idolatría que en realidad se funda en el temor y la necesidad.
Nos encontramos anestesiados ante las atrocidades del mundo, las cuales observamos e incluso protestamos en repetidas ocasiones, pero que aun así nos parecen un problema demasiado alejado de nuestros intereses personales. Nos sentimos demasiado amordazados ante un mundo que se nos viene encima y el cual no sabemos domar.
Pero el miedo sigue ahí, siempre está. Díganselo a las familias en Gaza, que aunque se reencuentren ahora después del genocidio las bombas siguen resonando en lo más hondo de sus cabezas. A las mujeres que sufren la discriminación machista en muchos lugares del mundo. A colectivos marginados como el LGTBIQ y que aún se lamen las heridas de guerra, del repudio y de la lucha. O a los jóvenes de España, los cuales ven imposible acceder a un derecho fundamental: la vivienda.
Nos intentan disuadir desviando la atención, adornándolo con florituras, fanatismos y hablando de esa falsa superioridad del hombre y la mujer frente a todo. Frente a la naturaleza y frente a los demás. Ese romantizado individualismo y esa errónea doctrina estoica que se ha puesto de moda en la actualidad, aunque en realidad dista mucho del estoicismo real de Epicteto.
El primer paso que nos queda por dar es el de la aceptación; el ser humano es un ser prosocial, por lo tanto necesitamos de los unos y los otros para sobrevivir. No nos pueden arrebatar esa naturaleza quitando las zonas verdes del centro de Madrid, sin lugares de encuentro, sin bancos ni lugares que den pie a una conversación. No pueden hacer de la vivienda una especulación y un privilegio y hacer de los hogares unos simples dormitorios alejados de tu vida cotidiana.
Y como seres emocionales, debemos aceptar el miedo como parte de nosotros y como algo mucho más digerible si es en compañía. Por lo tanto, el camino no es el que estamos tomando, ciegos a nosotros mismos y a nuestro alrededor. El individualismo no es el camino, la superioridad tampoco y esta estructura cada vez más piramidal no hace más que propiciar el vértigo constante que le tenemos a la vida.



