HABLANDO DE URBANISMO. El banco okupa

Para muchos urbanitas, sentarse en la acera de una calle se les antoja extraño, incómodo y, si lo hace otra persona, hasta hostil. Pero si no es en el bordillo o de espaldas a una fachada, resulta imposible. Nuestras calles ya no son espacios de estancia, sino de recorrido. Para eso ya están las plazas y parques, dirá alguien.

¿Y por qué? ¿Quién ha dicho que no pueda hacerse? ¿Acaso hay señales de sentido de circulación peatonal en las aceras o placas de velocidad mínima o máxima?

Las aceras están para segregar el tráfico rodado del peatonal y proteger así al más débil, el humano, de las máquinas. Pero mucho antes no era así. Aquellos que tiren de foto familiar “viejuna” podrán ver que las calles (calzada más acera) eran espacios de convivencia. Se circulaba, por supuesto, pero también se estaba. Se jugaba (¿cómo no?), se circulaba (en zigzag a veces), se encontraban propios con ajenos y también se aparcaba (casi pidiendo permiso). En definitiva, “se hacía” la vida social, y lo único que circulaba de continuo, aunque despacito, era el tiempo.

Pero ya no… o casi. En el Alto aún quedan vestigios de esa forma de convivir. Así, cuando la primavera ya calienta, a una esquina de la calle Aguacate sale un grupo, de etnia gitana, que mantiene la tradición de encontrarse y disfrutar los unos de los otros, sentados en sus propias sillas y hamacas. En otro extremo de la calle, los emigrantes de la España profunda que aún quedan colonizan los dos bancos de madera a la espalda del centro de especialidades para regocijarse con el rito del “veo, veo” y cotejar a ver quién tiene la cita más lejana con el especialista. Y en mi calle, la Jorga y su silla en la puerta de la casa de planta baja, que te sigue con la mirada y si te conoce te atrapa con su chascarrillo y no te suelta hasta que le actualices las noticias del trabajo y de la familia. Como recompensa, te regala el último cotilleo del barrio. Toda una institución irremplazable.

Y finalizando, el banco insumiso. Una bancada de madera y metal, tipo colegio, de misterioso origen, cuya localización no indico para que algún servicio municipal no se vea ya en la obligación de retirarlo. Porque saber, seguro que lo saben. Hace tiempo, alguien decidió plantar este asiento en plena acera, encadenado a un árbol y enfrente del portal de un edificio. Una persona se tomó el urbanismo por su mano.

Y ahí sigue. Lamentablemente, he pasado varias veces con el fin de coincidir con la persona para la que se instaló el banco, pero no he encontrado a nadie sentado hasta ahora. Desde el romanticismo vecinal, me gusta pensar que un vecino recogió una bancada de colegio de alguna retirada y la puso delante de su casa para que otra persona vecina o su pareja o familiar pudiera disfrutar del sol a la puerta de su casa, sin tener que caminar hasta el banco más próximo, a 500 metros.

¿Una estupidez? Puede. O simplemente un gesto de buena vecindad que, sin quererlo, nos demuestra cómo el urbanismo actual tiene muy poco de humano y mucho, a veces demasiado, de mecánico y legal.

Viva el banco okupa.

Si quieres que comentemos sobre algún hecho urbanístico que te afecta, escribe a pupu2129@yahoo.es, a la atención de nuestra columna.


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