¿Activismo de pancarta o voluntariado de cesta y pala?

“Aquí tenían que venir los que se manifiestan en los centros de salud para quitar la nieve de mi calle”; eso me dijo una vecina, en pleno colapso de las calles de Madrid por la nieve, sin ruborizarse ni cuestionar la inacción municipal. El voluntariado vecinal convertido en trabajo municipal obligatorio no remunerado.

La anécdota es auténtica, y refleja hasta qué punto el voluntariado no crítico se puede convertir en exigencia, mientras que a quienes realmente tienen la competencia y el dinero, las instituciones, se les exime de su responsabilidad.

El voluntariado consiste en dedicar parte del tiempo y/o los bienes privados para ayudar a los colectivos sociales más desfavorecidos, a los que no llegan ni las migajas del reparto injusto de la riqueza global.

Esta actividad, cuando la impulsan colectivos sociales, tiene sin duda aspectos positivos, no solo para las personas beneficiadas, sino para una colectividad que de esta manera eleva su autoestima al verse capaz de generar redes solidarias preocupadas por la comunidad en su conjunto. También generan espacios de relación y organización barrial, al tiempo que frenan o contrapesan otras actividades con intenciones excluyentes y dependientes.

Se convierte en mero asistencialismo cuando no va acompañado de una lucha por cambiar las estructuras, profundas o cercanas, que hacen posible este injusto reparto de la riqueza, presentando estas limitaciones:

— La ayuda llega a quien se la damos, pero se abandona a su suerte a todas las demás personas que sufren la misma situación y no tienen unas personas voluntarias que les atiendan.

— Olvida que las instituciones son depositarias de unos recursos generados por el trabajo colectivo y por los impuestos que pagamos, y que son las que deben dar satisfacción a las necesidades generadas por el mencionado reparto injusto de la riqueza. ¿Por qué nos olvidamos del dinero que aportamos? Es como si en una comunidad de vecinos dejamos que el dinero aportado para una obra se lo quede el presidente para él o sus amiguetes corruptos, y nos ponemos a hacer la obra de reparación con nuestras propias manos. ¿No es absurdo esto? ¿Por qué lo consentimos a las instituciones?

Se procura no cuestionar el orden establecido, para no “molestar” ni “hacer política”, dejando intacto el propio sistema que genera estas desigualdades e injusticias. En muchos casos son las propias élites (Iglesia, aristócratas, deportistas de élite) los que promueven actos mediáticos que son “pan para hoy y hambre para mañana” (nunca mejor dicho), adormeciendo a la comunidad, que acepta como una maldición inmutable estas desigualdades.

Esta falta de confrontación, o de exigencia de responsabilidades, se justifica por alguno de estos motivos:

— No se va a conseguir nada.

— A la institución hay que convencerla (ignorando los intereses que mueven a sus gestores).

— Es más agradable evitar el enfrentamiento, olvidando lo poco agradable que resulta, para quien lo sufre, una injusticia que quizás no sufran las personas voluntarias.

— La ayuda, sin mayor compromiso, produce una cierta satisfacción por el bien realizado.

La inmensa mayoría de las personas que ofrecen su tiempo y trabajo de manera generosa y voluntaria por el bien de los demás son merecedoras de felicitación por su solidaridad, pero también deben ser conscientes de que, si quieren ayudar a fondo a esas personas, deben implicarse para combatir las injusticias en los espacios concretos donde se producen. Porque no olvidemos que hay personas y empresas que sacan réditos por este trabajo de beneficencia, en términos de lucro (los supermercados que participan en las grandes recogidas de alimentos) o en términos de ayudas y subvenciones, como agradecimiento por su labor de contención social.

Sabemos que una pancarta, sin más, tampoco soluciona muchos problemas; pero los equipamientos y los servicios necesarios no se consiguen con voluntariado, sino con lucha y organización. Las conquistas sociales tardan en conseguirse, pero su alcance es generalizable y más duradero.

No existe el blanco o el negro; la vida, y más la social, está llena de matices y experiencias enriquecedoras. Lo inteligente es aprovechar las múltiples formas de lucha y organización de una manera complementaria, sin dogmatismos, con realismo, en el sentido más global de la palabra. Ése es el reto.


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