A sus 95 años, Jesús Vera conserva una lucidez y una energía que sorprenden. Vive en la calle Dolores Armengot, la misma donde nació, y donde guarda miles de recuerdos de un Carabanchel que ya no existe pero que revive en su voz con una claridad conmovedora. Hijo de Petra, conocida en el barrio como “la platanera”, y de Policarpo, Jesús fue el cuarto de seis hermanos y nació en julio de 1930, cuando Carabanchel Bajo aún era un pueblo independiente, con sus vaquerías, talleres, tiendas y calles de tierra.
Durante la Guerra Civil, su familia fue expulsada de casa. Con apenas seis años, Jesús recuerda subir a un carro con su madre, sus hermanos y un colchón rumbo a Madrid. “Nos refugiamos en la calle Sagasta mientras mi padre excavaba trincheras. Lo hirió un obús y tuvimos que huir a Elche, donde me mandaron a una colonia infantil del Socorro Rojo. Allí conocí el mar por primera vez”. Entre ventas de granadas en la estación y noches de bombas sobre Alicante, la infancia de Jesús quedó marcada por el hambre y el desarraigo.
Terminada la guerra, la familia regresó a una casa medio derruida en Carabanchel. La posguerra fue dura, pero Petra se reinventó: comenzó a vender plátanos que traía desde la Cava Baja, y Jesús se convirtió en su ayudante inseparable. “Todavía recuerdo lo que costaba subir la cuesta de Mataderos con el carro de mano”, dice sonriendo. Aquellos plátanos acabarían siendo famosos en todo el barrio, incluso en el sanatorio del doctor Esquerdo.
Con los años, Jesús empezó a trabajar en la imprenta de Manuel Alonso, en la histórica casa del escultor, al final de Monseñor Óscar Romero. “Imprimía recetas para el médico don Camilo, hojas parroquiales para el cura de San Sebastián y etiquetas para la fábrica de jabón de Atilano Brell”, recuerda. En esa imprenta se elaboraban también los formularios del Ayuntamiento y las hojas de propaganda del RCD Carabanchel, el equipo del barrio al que sigue sintiendo suyo.
Su vida fue una sucesión de oficios: minervista, transportista, taxista, repartidor de leche Collantes y, finalmente, mecánico-conductor del Ayuntamiento de Madrid, donde se jubiló en los años 90. Pero siempre con la misma constancia y orgullo del hombre de barrio que se hizo a sí mismo.
En 1958 se casó con Hilaria Vidal, a quien conoció en un autobús camino de Toledo. La boda se celebró en la parroquia de San Sebastián, y el convite, en el Bar El Congosto, frente a la eléctrica de los Carabancheles. Desde entonces, su vida ha transcurrido entre el trabajo, las fiestas de Los Navalmorales —el pueblo de su madre— y la devoción por un barrio al que sigue llamando “pueblo”.
Jesús atesora una memoria minuciosa: las fuentes donde llenaba el botijo, los cines Sanz y Bellón, las monjas de la Divina Infantita, la fábrica de jabones de Brell o la fundición de campanas de los Linares. “Yo llevé la campana que se colocó en la parroquia de San Sebastián”, afirma con orgullo, refiriéndose a la reinauguración de la parroquia tras la Guerra Civil en enero de 1948. También recuerda cuando Franco vino en 1961 a inaugurar el antiguo canódromo y taparon con lonas las cuevas donde vivían familias humildes para ocultar la pobreza del barrio.
Sentado junto a la ventana de su casa, Jesús todavía ve pasar en su mente los carros, los tranvías y los niños que corrían levantando polvo en las calles de tierra. “He vivido tanto que a veces me parece mentira”, confiesa con una sonrisa serena. Y es que, a través de sus recuerdos, Carabanchel vuelve a respirar como lo que fue: un pueblo de gente trabajadora, solidaria y alegre.
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La historia de Jesús Vera forma parte del capítulo 24 del libro Memoria de Carabanchel, de David Val, un recorrido por las vidas y recuerdos que han dado forma a la identidad del barrio. Lo puedes adquirir en diferentes librerías del Distrito, así como en las presentaciones programadas para noviembre (Casa del Barrio de Carabanchel Alto, 14 de noviembre; y Biblioteca Ana Mª Matute, 21 de noviembre. Ambas a las 19:00).
