Exito de las Fiestas de Opañel

Comillas y la línea 11

Comillas está situado en la triple frontera entre Carabanchel, Usera y Arganzuela. Una división casi mítica que marca el límite de ese denominado “otro lado del río”, ese “otro lado de la M30”. Mis padres llevan viviendo en el barrio más de 40 años. Desde que tengo uso de razón les recuerdo quejándose con amigos y vecinos de lo mal comunicada que está la zona pese a las más de 22.000 personas que viven en ella. “¿Cómo es posible que solo pase una línea de autobús, el 23, por Antonio López?” (la principal arteria comercial del barrio). “¿Cómo es posible que sea tan difícil llegar al centro en transporte público, con lo cerca que estamos de él?” (apenas a 3 km de la Puerta del Sol).

Según Google Maps, para llegar andando a Atocha desde el puente de Praga, que se eleva cruzando Antonio López a la altura del paseo de Santa María de la Cabeza, se tardan 36 minutos. De ellos, 34 son de subida. Pues bien, en transporte público, la opción más rápida que se nos recomienda es de 48 minutos.

Ésta es una situación muy antigua, ya digo, que los vecinos conocemos muy bien y que muchos aceptan no sin cierta resignación. Pero tenía solución: El proyecto de la línea 11 de Metro, y en concreto la parada Puente de Praga, iba no solo a recortar drásticamente el tiempo necesario para llegar a Atocha sino que también iba a unirnos con otros barrios de Madrid a través de las conexiones con las líneas 1 y 3 y el Cercanías. El plan prometido iba a resolver necesidades de movilidad de los vecinos de Comillas.

Sin embargo, el proyecto de ampliación de la línea 11 ha dormido el sueño de los justos durante unos cuantos años. Pese a que los estudios de dicha prolongación se han ido sucediendo en el tiempo, la política del Gobierno que entró en 2015 en la Comunidad de Madrid ha sido la de congelar la inversión en infraestructuras de transporte. Una reacción entendible tras los desmanes del pasado y los niveles de deuda actuales, pero también injusta porque desoye casos de intensa necesidad como el que nos ocupa.

Antes del verano supe de la recogida de firmas que la Asociación de Vecinos de Carabanchel Alto está llevando a cabo para pedir que se complete la prolongación de la línea 11. Contacté con ellos, les visité y me llevé un par de hojas de firmas para repartirlas entre mis familiares y amigos. Desde aquel día de finales de mayo, pese a los meses estivales y gracias al apoyo incondicional de ciudadanos de a pie y de comerciantes del barrio, hemos recogido más de 2.000 firmas. Casi todas las personas con las que he conversado desconocían la existencia de este proyecto. Pocos de los que cruzan el puente de Praga para ir a trabajar o pasan sus horas de ocio en Madrid Río se imaginaban que estaban caminando sobre los futuros túneles de la proyectada ampliación de la línea 11. En cuestión de semanas, las hojas de firmas se convirtieron en pequeños panfletos informativos sobre el trazado de la línea; la gente, sin conocernos de nada, nos abordaba en la calle para preguntarnos dónde podían firmar o si podían llevarse una hoja a casa para hacer fotocopias y repartirlas entre sus conocidos. En más de una ocasión, en la parada del autobús, cuando escucho a alguien quejarse de cuánto tarda siempre el 23, saco una hoja de firmas, que ya me he acostumbrado a llevar conmigo siempre. Nunca acaba vacía.

Tras el verano, la presidenta Cristina Cifuentes dio a conocer en el debate del estado de la región que la Comunidad iba a ejecutar en los próximos años la prolongación de la línea hasta Conde de Casal. Ante este anuncio, la recogida de firmas, lejos de caer en el olvido o en el conformismo, ha aumentado. Tal es el anhelo de una población cansada de no tener más opciones de transporte público, y que desea que se cumpla lo que en su día la Comunidad de Madrid proyectó y prometió: una parada de metro de la línea 11 llamada Puente de Praga que comunique Carabanchel con el centro y con el resto de Madrid para así terminar de borrar esa imagen del barrio de Comillas como zona fronteriza, como zona de nadie.

Después de haber vivido en lugares tan diversos como Puente de Vallecas, Puerta de Toledo, Taiwán, Chile o la República Dominicana, he vuelto al barrio. Podría haber elegido otra zona, pero Comillas me gusta. En estos años de idas y venidas he visto cómo el barrio se ha ido transformando. Ya no es la zona llena de descampados donde en verano se instalaban los vendedores ambulantes de sandías. Ha llegado gente joven, se abren teatros, se hacen exposiciones de fotografía; la gente que pasea por Madrid Río se sienta en las terrazas o corre entre un pinar plantado donde antes había ocho carriles de carretera ruidosa y sucia. Pero hay una cosa que no cambia y que duele que parezca imposible de cambiar: que si quieres salir del barrio, ya sea hacia el centro o más allá, solo puedes coger el 23. Llevamos más de 40 años así. Es hora de que eso cambie.

 

Beatriz Pages


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