El mercado de barrio, una especie en extinción
De ser un lugar de encuentro ha pasado a ser un desierto con olor a cerrado
Los mercados eran un mundo aparte. Lugar de ajetreo, un punto de encuentro. Carnicerías, pescaderías, fruterías, droguerías, panaderías... Todo en un mismo lugar, con un trato personal, humano.
Los niños corrían con el triciclo pasillo arriba, pasillo abajo, mientras sus padres compraban y, al terminar, alguno de los tenderos les regalaba un sugus o una piruleta. Esta imagen permanece en la cabeza de muchos de nosotros, pero los más pequeños nunca la tendrán, porque dejó de ser una realidad cotidiana para pasar a convertirse en un recuerdo.
El punto fuerte de los mercados, como he citado anteriormente, era la concentración de comercios en un mismo lugar. Cuando ibas a comprar te encontrabas con dos o tres tiendas que ofrecían el mismo producto, y tú elegías en cuál de ellas adquirirlo. Si te gustaban más las hortalizas de la frutería de la esquina, comprabas allí, pero en cambio si dicha frutería no tenía las manzanas verde doncella que tanto le gustaban a tu familia, andabas unos metros hasta “Frutería Paqui” y te llevabas un kilo para que los niños se las comiesen de almuerzo en el recreo.
Existía un juego de oferta y demanda muy positivo tanto para el comprador como para el vendedor. Frases como “¿qué tal tienes los tomates hoy?”; “me han traído estos pollos de corral buenos, buenos”; “venga, que te meto esto también y así lo pruebas” o “¿qué tal está tu padre, que hace un par de días que no le veo por aquí?” inundaban los mercados durante la mañana y la tarde.
Además, en la mayoría de mercados existían una o dos cafeterías, y para muchos era costumbre ir con el carrito en compañía de vecinos, amigos o familiares, y al terminar las compras tomarse algo y charlar un rato. Por no mencionar las maquinitas de pinball cuyo premio era una canica de colores, o los coches recreativos que se encontraban en la entrada del recinto, en los que (en la mayoría de ocasiones) tenías que esperar cola para poder montar.
Así eran los mercados de nuestro barrio, pero poco a poco éstos fueron desapareciendo, haciéndose más pequeños, con tiendas cerradas, apenas sin oferta y sin demanda… convirtiéndose en lugares fantasma, en los que los tomates, las frases, los pollos, el padre, los niños con triciclos y las cafeterías se tiñeron de un gris silencioso con olor a cerrado.
Llegaron a nuestro barrio las grandes superficies comerciales como “Día”, “Mercadona”, “Supersol” o “Lidl” entre los años 90 y 2000, que eclipsaron por completo esos pequeños negocios familiares que, en muchos casos, habían pasado de padres a hijos. Estos “supermercados” ofrecían al consumidor una gran cantidad y variedad de productos en un mismo lugar y a un precio más bajo. Pero, a cambio, esa vida de “barrio”, ese pequeño ecosistema que entre todos habíamos creado en los mercados tradicionales, no se podía encontrar en dichas superficies.
Para empezar, en una superficie comercial el cliente no tiene (en cuanto a comida fresca se refiere) ninguna opción de elegir. Me explico: si vamos a comprar chanquetes y no nos gusta el color que tienen, no podemos ir a otra pescadería a comparar, porque solo hay una.
En los mercados tradicionales la relación vendedor-cliente es más individualizada. Pongo un ejemplo: vamos a una carnicería porque queremos comprar un faisán, pero el tendero no tiene; siempre podemos decirle: “cuando vayas a hacer la compra mírame un faisán hermoso y me lo traes”, cosa que en una superficie comercial no podemos hacer porque va dirigida a la masa
Y por último los “intermediarios”; en el caso del mercado la persona que te vende el producto es la misma que lo elige, es decir, se molesta en ir a Mercamadrid y elegir uno a uno el producto que va a vender, mientras que en el caso contrario no es así.
Desde la llegada de estos “gigantes”, muchos negocios han ido cerrando por falta de clientes, y los que aguantan con esfuerzo lo acabarán haciendo cuando sus propietarios se jubilen.
Por eso, y después de estos párrafos, debemos preguntarnos: ¿qué ha pasado? Incluso debemos plantearnos: ¿qué nos ha pasado? ¿Por qué hemos dejado de lado los negocios familiares? Y no sé a vosotros, pero a mí me resulta triste ver como parte de lo que fue mi infancia ha quedado reducida a establecimientos vacíos.
@soniafreelance