HABLANDO DE URBANISMO. Serrín para sus molleras

Que los árboles son mucho más que troncos de madera debería ser un pensamiento compartido por la mayoría, si no por todos. Porque es de sobra conocido que, mediante la fotosíntesis y la absorción de nutrientes, minerales y agua a través de sus raíces, los árboles crecen y con el polen y las semillas forman nuevos árboles. También inhalan dióxido de carbono y exhalan oxígeno.

Pero lo que muchos se empeñan en no recordar es que, con los cambios ambientales y la interacción humana, los árboles se mueven y reaccionan a su entorno y a los estímulos que les rodean. ¿Se puede estar más vivo?

En nuestro Madrid, pocos ejemplares tienen ese privilegio, y todos se encuentran en jardines privados y espacios catalogados o históricos. El resto malviven en alcorques por toda la ciudad y parques de la periferia, a expensas de desarrollarse lo suficiente para buscarse su propio alimento, soportar el vandalismo y aguantar la contaminación.

Centrando la cuestión en los parques de nuestros barrios, son reiterativas las malas experiencias vividas en su gestión, como por ejemplo las podas agresivas, faltas de riego y cuidados, etc. Y si nos centramos en “acciones de impacto” podemos recordar la eliminación de alcorques, “la plantación arboricida de los 90.000 de 2021” y, ahora en marcha, la tala como consecuencia de las obras de la línea 11 de Metro de Madrid.

Estos hechos actuales no hacen más que confirmar lo evidente: para los que gobiernan Madrid un árbol se podrá definir como un elemento del catálogo de mobiliario urbano, de gran interés para el lavado de imagen ambiental, pero pernicioso ya que requiere de mantenimiento, combustible líquido y además su peligrosidad aumenta conforme crece.

Visto así, es fácil entender que los parques de la periferia del siglo XX y de los actuales ensanches no son tales, sino reservas de suelo que podrán ser reconvertidas para otros usos “más estratégicos”. Es más fácil agujerear un parque que una calle.

No les interesa que un árbol sea un ser vivo. Si no, ¿cómo explicaríamos que cada año se “planten” árboles de Navidad que acaban en la basura y se regalen millones de flores de Pascua que un mes después llenan los contenedores de residuos desmochados y macetas?

Reconocerlos como tales supone perder la baza del “interés general” en cuestiones como las obras de infraestructuras. Los argumentos de los “camineros” tendrían que subordinarse, de verdad, a los de los “medioambientalistas”, y las reiteradas incompetencias en la gestión de las contratas de jardinería no tendrían excusa.

Como muy bien se explica en la exposición de motivos presentada por UP y otros*: “Los árboles son seres vivos únicos que, además de ser necesarios e indispensables por sus funciones ecológicas, están íntimamente unidos a la vida social y comunitaria de nuestros pueblos y ciudades. Forman parte esencial de los ecosistemas forestales, pero además también poseen para la ciudadanía un relevante valor intrínseco, histórico y cultural que debe ser preservado y protegido”.

Después de exponer estos planteamientos de sentido común, no nos queda más remedio que concluir que las actuaciones continuas en contra de la vida vegetal solo pueden tener una causa real: garantizar el suministro del serrín para sus molleras.

* Proposición no de Ley para su debate y aprobación en la Comisión de Transición Ecológica y Reto Demográfico, relativa a la protección y régimen jurídico de los árboles. Grupo Parlamentario Confederal Unidos Podemos-En Comú Podem-Galicia en Común. 6 de septiembre de 2022.

Si quieres que comentemos sobre algún hecho urbanístico que te afecta, escribe a pupu2129@yahoo.es, a la atención de nuestra columna.


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