Finca Vista Alegre
Finca Vista Alegre

No hay flores para Carabanchel, Finca Vista Alegre

Existe en Madrid un lugar mágico llamado “la Finca de Vista Alegre”, un bosque en medio del asfalto. Entre hectáreas de árboles centenarios hay avenidas con estatuas y columnas, casitas de cuento de hadas y palacetes. Las barcas navegan por un riachuelo que atraviesa el bosque, la orilla salpicada de pequeñas praderas, huertos y jardines donde se tumban las parejas al sol mientras los niños juegan en columpios. Hay gente cultivando huertos y viveros; a lo lejos veo a otros paseando por las avenidas y visitando los edificios palaciegos. Algunos van en bici, otros hacen deporte… Manejando mal los remos de su barca, unos señores mayores me ponen perdido de agua y chocan contra la mía, mojando también el periódico que a ratos iba leyendo distraído, más interesado, en realidad, en disfrutar del olor de la hierba y los pinos en esta mañana de domingo.
Me mudé del centro de la ciudad a este distrito hace doce años. Pagar un piso con un solo sueldo se hacía aquí algo menos agobiante, y aún así no resulta fácil. Al salir de la Finca de Vista Alegre solo tengo que cruzar la calle de Clara Campoamor para llegar al Camino Viejo de Leganés, donde vivo. Clara Campoamor. Una mujer magnífica a la que todos debemos mucho. Fue una luchadora incansable en una época en que las mujeres no podían decir nada. Empezando desde abajo, dado su origen humilde, estudiando, y a través del diálogo y de lucha pacífica, consiguió el sufragio para las mujeres de este país. Consiguió, insisto, que las mujeres españolas pudiesen votar.
La calle de Clara Campoamor, como estaba contando, linda con este parque histórico tan asombroso, donde en verano vivía la reina María Cristina con sus hijas Isabel II y la infanta Luisa Fernanda hasta que lo compró el Marqués de Salamanca. Y no solo la familia real. Al lado del parque se encuentra la única zona modernista y art déco que conozco en Madrid: la Colonia de la Prensa. A veces me pongo muy pesado con mis amigos, obligándoles a venir al barrio y pasear por las calles del Siglo Futuro, Diario de la Nación, o Época, viendo las mansiones de los nobles. Les recomiendo a ustedes que hagan este paseo.
Comprenderán por tanto que me guste el barrio donde vivo. Madrid es una ciudad muy grande, y más de la mitad de los madrileños vivimos en distritos fuera del perímetro de la M30. No solo en el centro de la ciudad va a haber cosas bonitas, y las personas que la gobiernan se preocupan de todos los ciudadanos, no solo de los que viven en el centro. Por eso estoy tan contento de tener este parque tan especial cerca de casa.
El otro día tuve una pesadilla: soñé que la Finca de Vista Alegre no existía, y que tenía que coger el 118 a Embajadores y desde allí llegar hasta el Retiro. Me desperté sudando; no solo porque en el parque del Retiro no cabíamos todos, sino porque, en mi sueño, la Finca de Vista Alegre era una gigantesca ruina. Los palacetes y las casitas de cuento de hadas que salpicaban el bosque estaban derruidos. Como atravesados por una bomba que hubiera caído del cielo, había boquetes en los tejados, y de las entrañas de estas magníficas casas a punto de derrumbarse surgían millones de zarzas que se retorcían y las abrazaban, que se lo tragaban todo, extendiéndose hacia el bosque comido por la maleza. Las estatuas estaban decapitadas, destrozadas e irreconocibles, y el riachuelo por el que yo navegaba era un lecho de arena y piedras sin agua. Los huertos, los viveros, los jardines, eran descampados solitarios. Surgían, caóticos, feos edificios aislados unos de otros por medio de vallas y alambradas, impidiendo poder caminar a través del parque. Al pertenecer a distintos dueños y estar destinados a usos diferentes, los habían atrincherado, como si tuviesen que defenderse unos de otros. La desolación y el abandono dominaban en aquel paraíso.
Pero había más cosas allí: alguien había levantado una infame tapia de ladrillo que separaba el parque de la calle Clara Campoamor. Esa humilde calle dedicada a una mujer formidable aparecía en mi sueño mutilada. En el lado de la calle donde debería empezar el parque habían erigido un muro de vergüenza para decirnos a los vecinos del barrio que somos ciudadanos de segunda, que no merecemos tener lo que por estar ahí nos correspondería.
Salí de compras por el centro. Lo vi todo precioso y bien cuidado. Los turistas abarrotaban las avenidas. Solo falta que pongan unas macetitas, pensé irónico. Al pasar al barrio de Salamanca —dedicado al marqués que embelleció el asombroso parque del que habla este relato, y esto sí que es irónico—, las vi. Había macetas. Y flores. En cada esquina de cada calle, los grandes maceteros puestos por el Ayuntamiento estaban repletos de flores, embelleciendo aún más aquel barrio y demostrando, al igual que la miserable tapia de la calle Clara Campoamor, al igual que la ruina que es la Finca de Vista Alegre, que Madrid, como nos gustaría que fuese, como intentamos que sea a través de nuestro esfuerzo y nuestro dinero, solo existe en algunas zonas de Madrid.

Juan José Millán

Nota: este relato está publicado también como propuesta al ayuntamiento de Madrid en la web municipal de Gobierno Abierto. Si quieres apoyarla, el enlace es el siguiente: https://decide.madrid.es/proposals/151

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