La Parisienne, la zapatería que sobrevive al paso del tiempo en la calle Tucán

Cuesta encontrar por las calles de Carabanchel alguna zapatería abierta. Hace décadas, se contaban a montones. Pero los tiempos han cambiado; si bien, algunas como La Parisienne todavía resisten con orgullo al paso del tiempo. 

A finales del siglo XIX y principios del XX, Carabanchel Bajo destacaba por su industria. Había fábricas de jabones, de embutidos, una fundición de campanas y hasta una fosforera, motor económico del pueblo. Además, las curtidoras de piel, con cinco manufactureras, tenían gran protagonismo. Esteban Salaberry fue, sin duda, el empresario mejor dotado para este negocio en la zona, con su reconocida y destacada fábrica de la calle Sombra, 18. Mucho tiempo ha pasado desde entonces; ni rastro queda de aquellas fábricas, pero sí de algunos de los oficios que nacieron a su regazo.

ABIERTA AL BARRIO DESDE 1966

El de zapatero es una de esas antiguas profesiones que todavía podemos encontrar en nuestras calles. Cada vez hay menos zapaterías, pero no por ello son menos necesarias. Ignacio Sánchez es uno de estos zapateros que todavía ejerce este antiguo oficio en Carabanchel. Lo hace en “La Parisienne”, el negocio que abrió su padre en la calle Tucán, 1 en un ya lejano año de 1966.

“Mi padre, que también se llamaba Ignacio, abrió esta zapatería en marzo de 1966. Aun así, al principio era mercería, pero poco después cambió el negocio porque él siempre había sido zapatero, tanto en su pueblo de Toledo como en Francia, país al que emigró junto a mi madre”, relata Ignacio. Aquel pasado francés de los padres es el culpable del glamuroso nombre de esta zapatería de Carabanchel que hoy sigue regentando el hijo. Su padre compró ese local y su tío, el de la esquina: la peluquería de caballeros Antoine, reconvertida en vivienda hace unos meses.

Los dos hermanos procedentes de Francia no fueron los primeros en llegar a los bajos del principio de la calle Tucán. “Antes que mi padre abriera la mercería, estaba la Pastelería y Panadería ‘La Plaza’, que cerró en 2014 y que desde hace menos de un año también es una vivienda”, recuerda Ignacio.

Toda la infancia y juventud de Ignacio están vinculadas al negocio que regenta desde 1993. “Mi madre rompió aguas en la zapatería”, asegura. Al principio, jugaba con sus amigos en los aledaños de la plaza, que por aquel entonces todavía no existía. Aun así, sus primeros recuerdos ya son con la calle asfaltada; sus padres, sin embargo, sí que conocieron esa calle Tucán de tierra, que seguía el crecimiento tradicional y lógico de dos calles preexistentes: la calle Ferrocarril (actual Oca, y por la que discurría un tren en el primer tercio del siglo XX con destino al hospital militar) y la calle Amistad.

La unión de esos tres viales pasaba por la calle Eduardo Morales, dedicada a un antiguo alcalde y juez municipal de Carabanchel de Arriba y que, a su vez, poseía varios terrenos en esa zona. Los vendió para que el barrio pudiera seguir creciendo y, a cambio, le dieron su nombre a la calle.

Según pasaron los años, Ignacio Sánchez vio que lo más acertado para su futuro era ejercer la profesión de su padre. Obviamente, durante su infancia y juventud había ayudado mucho en la zapatería, lo que le sirvió para aprender el oficio. “Además, me apunté a un curso que dio una asociación de zapateros para aprender las técnicas más modernas”, relata. Y así fue como decidió que debía seguir con la tradición familiar en “La Parisienne”.

UN NEGOCIO QUE MERECE REPUNTAR

Cuando Ignacio se hizo cargo de la zapatería, en 1993, había hasta cuatro zapateros en apenas 100 metros a la redonda. Eran otros tiempos, los zapatos se utilizaban durante mucho más tiempo y el oficio de ‘zapatero remendón’ tenía mucha demanda.

Ahora, Ignacio se ha quedado solo en la zona y aunque el negocio ha caído, los zapatos se amontonan en sus estanterías. Es verdad que algunos de ellos nunca volverán a manos de sus propietarios. “Donamos muchos pares olvidados a ONG’s del barrio”, interviene de pronto Gema Villegas, la mujer de Ignacio, que desde hace años también trabaja en el negocio familiar. “Me fui aficionando y aquí me he quedado”, añade mientras asiste atenta a la entrevista.

El principal problema es que la gente joven no sabe que puede reparar sus zapatos, botas de montaña o zapatillas. Eso ha hecho que el negocio caiga casi a la mitad respecto a no hace mucho tiempo. Pero la maquinaria sigue funcionando como el primer día: “Lo que más hago es cambiar tapas y suelas”, explica Ignacio. Y de todo tipo de calzado, recalca.

Lo que no ha cambiado mucho son las herramientas que utiliza. “El martillo, las cuchillas y las tijeras siguen siendo las grandes protagonistas”, cuenta. Eso, y la cola, que impregna el mono de trabajo de Ignacio. Y es que en el arte del pegado resiste gran parte del éxito de un buen zapatero.

Aun así, y ante la decadencia de la profesión, Ignacio recibe clientes de zonas cada vez más alejadas del barrio. “Ayer mismo me llamó un señor de más de 80 años que vivía por la zona de la Ermita del Santo; no tenía dónde reparar unos zapatos. Al final, le ayudé a encontrar un zapatero lo más cerca posible de su casa”, explica Ignacio.

Pero el principal problema con el que se encuentran estos artesanos es con la caída de la calidad del calzado. Al bajar tanto los precios, casi nadie piensa en la opción de reparar. “Lo más fácil es tirarlos y comprar otros por 15 o 20 euros, pero muchas reparaciones apenas cuestan unos euros”, añade.

Aun así, reconoce que no siempre ocurre eso: “Hay gente que repara calzado que le ha costado 10 euros porque van muy cómodos con ellos; luego hay otros que han pagado 100 euros por sus zapatos y prefieren tirarlos antes que gastarse 5 euros en su reparación”, me cuenta.

De todas formas, aunque todavía se sigue fabricando calzado de calidad, la mayor parte de la gente prefiere apostar por los modelos más baratos y renovarlos cada poco tiempo. Eso está hiriendo de muerte a los zapateros y a todo el sector: “En Carabanchel ya no quedan almacenes de curtidos”, añade Ignacio. El último que había en el barrio se mudó a Alcorcón; el resto, cerró.

Por eso, este zapatero considera que con su jubilación morirá también el negocio en toda esta zona. Aun así, no pierde del todo la esperanza. “Aunque la gente mayor es la clientela principal de La Parisienne, cada vez viene más gente joven. Se están empezando a dar cuenta de que pueden reparar su calzado y seguir utilizándolo más tiempo, como nuevo; sin necesidad de tirarlo a la basura”, reconoce. Por eso, ha decidido abrir este perfil en Instagram que poco a poco va creciendo en seguidores.

 

 

Asimismo, para poder llegar a muchos más clientes, Ignacio Sánchez decidió en su momento ampliar las líneas de negocio. “Más allá de reparar calzado, hacemos copias de todo tipo de llaves, de mandos de garaje y afilamos herramientas y utensilios». Además, vende cinturones, cuchillos y tijeras. Su padre también vendía plantillas, siendo casi el único que lo hacía en todo el barrio, por eso decidió igualmente mantener ese producto.

 

DÓNDE MEJOR PARA GUARDAR UN BILLETE

Por último, Ignacio quiere recordar algunas de las anécdotas que más le han sorprendido en estos casi 30 años al frente de La Parisienne. Algunas, como la de encontrar dinero en algún que otro zapato, también la vivieron sus padres. “Yo encontré 20 euros, que obviamente devolví a su dueña; mis padres, hicieron lo propio, pero ellos encontraron una cantidad de dinero (en pesetas) mucho más importante”, asegura.

Aun así, sin duda, la anécdota más graciosa fue una vez que una señora llevó unos zapatos con compresas a modo de plantillas. “Se ve que le resultaban más cómodas para caminar”, bromea Ignacio para terminar.


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