LA VIOLENCIA

Es preocupante el desinterés ante la ola de violencia desatada en este mundo plagado de desigualdades, injusticia y matonaje: con total impunidad se tira una bomba a un supuesto objetivo ante el silencio cobarde de Europa, y las poblaciones callamos. Nos referimos al asesinato del general iraní por los EE UU. Y desde luego hay respuesta, que ya hemos conocido, en un nunca acabar.

Y resulta increíble la visión del término “violencia” en nuestros días. Pareciera que hay una violencia “buena” y otra “mala”, dependiendo de quien la ejerza. Esta visión parcelada e hipócrita conlleva no pocos problemas que nos saltan a la cara sin comprender y tener una visión general de lo que ocurre. Parece que a la ciudadanía y a los medios de comunicación les preocupan casi únicamente los asesinatos que ocurren en España, y solo algunos. No se comprende que la violencia tiene muchas facetas, y no se quiere ir a la raíz de la misma.

No parece que preocupe en absoluto que se bombardee a las poblaciones, pues se considera un efecto colateral, está lejos y no nos afecta. Por supuesto pensamos que es necesario concienciar frente a la violencia que ocurre cerca de nosotros, pero esto nos resulta insuficiente mientras no se entienda que no hay justificación ante ningún tipo de violencia, venga de donde venga, ocurra donde ocurra y sean quienes sean los que la ejerzan… Y desde luego, el foco no debe estar solo en la violencia física, aunque sea lo más llamativo: la violencia psicológica, religiosa, racial, económica, moral y sexual producen estragos y también muertes. Creemos que deberían ponerse más recursos en la formación para la no violencia, algo que desde luego no se hace.

Mientras no se viva un cierto rechazo visceral por la violencia, no se podrá avanzar. El problema es que la violencia está metida en la medula de cada uno de nosotros, algo que se refleja por ejemplo en el cine: ¿cuántas películas podemos ver en las que no haya asesinatos, venganzas, humillaciones…? Basta ver el enfrentamiento y el conflicto existentes en todos los aspectos  de la cotidianeidad. Entre los políticos, en la vida misma, en las relaciones sociales… por no decir en la familia, lo que daría en sí mismo para otro artículo.

Pero la esperanza está en uno mismo: en reconocerse humano y reconocer a los que tenemos cerca. Y tratar a los otros como nos gustaría que nos trataran. Ésa es la regla de oro para producir otro mundo, empezando por nosotros.


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