El Mosaico de Carabanchel: ¿cómo se vivió el “hallazgo” por los historiadores del siglo XIX?

En el Museo de San Isidro, el de los orígenes de Madrid, en la plaza de San Andrés, se conserva el denominado “Mosaico de Carabanchel”, datado entre los siglos IV y V de nuestra era. Pero… ¿cómo se vivió el “hallazgo” por los historiadores del siglo XIX? Veámoslo.

Aunque ya había constancia de su existencia en la Real Academia de la Historia desde 1819, y anteriores referencias al mismo en el diccionario de Pascual Madoz en 1848, fue algo después, en 1860, cuando podríamos decir que salió a la luz pública de una manera bien documentada.

En ese año, tres académicos de la Real Academia de la Historia, don José Amador de los Ríos, don Juan de Dios de la Rada y Delgado y don Cayetano Rosell, acometieron la tarea de escribir la obra titulada Historia de la Villa y Corte de Madrid, en cuatro volúmenes, que les ocupó cinco años de estudios e investigaciones. Partieron de la base de que, desde hacía muchos años, se sustentaba la idea de considerar que la Corte se había edificado sobre algún o algunos asentamientos romanos. Convivían dos teorías: una que lo negaba y otra que lo consideraba muy posible, pero no había pruebas.

La primera teoría era la del académico de la Historia D. Juan Antonio Pellicer, quien en su obra Disertación histórico-geográfica sobre el origen, nombre y población de Madrid: así en tiempo de moros como de cristianos, publicada en 1803, la sustentaba y defendía a capa y espada. La segunda propuesta era idea del también miembro de la Real Academia de la Historia, D. Miguel Cortés y López, autor del Diccionario geográfico-histórico de la España Antigua, publicado en 1836, quien prudentemente afirmaba que si los cronistas de Madrid “hubiesen meditado sobre el Itinerario de Antonino, fácilmente se hubieran persuadido de que para ir de Segovia a Bayona del Tajuña (la actual Titulcia, que cambió de nombre por decreto de Fernando VII en 1814) se había de seguir la orilla del Manzanares, hallándose en la situación alta y fuerte y del todo abundosa que ocupa Madrid, el único sitio a propósito para servir de mansión o lugar de descanso a los pretores y legiones, como lo era Miacum o Miaqum”.

Desde su posición de académicos y catedráticos, los autores de la Historia de la Villa y Corte de Madrid tuvieron noticia en 1860, a través de un alumno de la cátedra de Arqueología y Numismática, de la existencia de un mosaico romano en el suelo de una habitación en una quinta de los Carabancheles, concretamente en la casa de los condes de Montijo. Lo examinaron, primero D. Juan de Dios de la Rada y Delgado y después D. Amador de los Ríos, y llegaron a la conclusión de que ya no cabían más teorías sino la de la presencia romana a muy escasa distancia de la Villa y Corte.

Poco o nada vamos a aportar a lo que escribió el académico D. Juan de Dios de la Rada y Delgado en la publicación periódica que dirigía, llamada Museo Español de Antigüedades, salvo pararnos en su conclusión: “Bastando en nuestro concepto cuanto llevamos asentado, para poner fuera de toda discusión que, no solo en las colinas de los Meaques, sino a dos millas del actual perímetro de la Villa y Corte, en el fértil y apacible terreno que ocupan los Carabancheles, existió población romana.”

Pasaron los años; se hicieron “restauraciones” del mosaico, algunas de ellas nefastas; vinieron nuevos tiempos, la hermosa quinta desapareció bajo la piqueta para dejar paso a modernos edificios con garajes subterráneos, cuyos proyectos no incluyeron un estudio arqueológico mínimo, y hoy, en el solar que queda, se ve algún vestigio de cimentación de edificaciones antiguas, que tal vez esperen en vano su catalogación antes de que las excavadoras terminen lo que iniciaron en el siglo XX.

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