Todos los que pasamos los 50, los que llevamos ya años viendo nuestro pedazo de planeta, hemos conocido paraísos, hemos sido niños antes del boom del turismo.
En Madrid la sierra empezaba donde hoy hay cemento, la costa tenía playas con horizonte en el mar y horizonte tras la arena, la bella naturaleza estaba a nuestro alcance. ¿Y ahora? Ahora todo aquello es un sueño: la costa esta sombreada por rascacielos, los bosques son cada vez más pequeños, se envenenan las aguas, se envenenan los suelos.
Hace diez años, en una preciosa playa del Mediterráneo, me acercaba a ver los bígaros las lapas y se los enseñaba a los niños, los ponía en sus brazos y notaban el cosquilleo del pequeño caracol al arrastrase en busca de la piedra de la orilla. Desde hace unos cinco o seis años en esa misma playa no encuentro ninguno.
Hace 30 años esa playa tenía todos los días y a todas horas un agua cristalina, ahora solo en invierno o algún día tras un fuerte oleaje deja de tener el verde del alga microscópica. Está claro: la subida de la temperatura y el exceso de materia orgánica están asfixiando el Mediterráneo. En el Mar Menor este problema aún es mayor, todos hemos visto como se asfixian sus peces.
El Abrazo al Agua nació hace tres años en el Mar Menor. Ese año hicieron una cadena humana rodeando todo ese mar para llamar la atención por su mal estado, por la contaminación de diversos tipos, pero sobre todo debido a la agricultura intensiva del regadío que afecta a esta laguna salada en el Mar Mediterráneo. De ahí nació también la recogida de firmas para llevar una ILP (iniciativa legislativa popular) al Congreso que dotara de personalidad jurídica al Mar Menor. Lo consiguieron, siendo pioneros en el mundo.
Desde entonces todos los años se realiza alguna acción para despertar nuestras conciencias y las de los gobernantes para que aprueben leyes y normas para proteger nuestro planeta. Este año el abrazo se extendió a la Madre Tierra, por visibilizar no solo el deterioro del agua, sino también el de la tierra, todos a la vez en todas partes.
Fue el 17 de marzo a las doce desde diferentes puntos de España: numerosos colectivos, asociaciones, plataformas y ciudadanía en general se pusieron de acuerdo, y más de 30 localizaciones se unieron al abrazo.
Aquí en el barrio, desde la Mesa del Árbol de Carabanchel junto a los vecinos abrazamos el Pinar de San José para poner de manifiesto su debilidad: hay que cuidarlo y exigir que lo cuiden. Desde Filomena no hace más que debilitarse, el mantenimiento deja mucho que desear, con las podas agresivas y primeras talas quedó más abierto y sus copas mermadas, cediendo a las plagas de procesionaria y tomicus, lo que ha supuesto la pérdida de más de 100 pinos.
El Ayuntamiento, a través de la contrata, hace lo justo: solo talan los que van enfermando, el año pasado plantaron pinos de dos savias que se secaron en el verano por falta de riego… Hace un mes por fin plantaron unos un poco más grandes, dicen que 300, pero que también necesitan cuidados, en principio deberían regarlos con cubas. No ponen aros para recoger las orugas de procesionaria que todos los años invaden el suelo, con el peligro que ello supone, porque indican que son caros, sin embargo en otros distritos sí lo hacen. Además echamos de menos prevención en todos los aspectos, trampas de feromonas, aumento de aves que son los depredadores naturales de ellas, endoterapia, etcétera.
Hay que exigir que se elabore un Plan Director de sus cerca de 28 ha, aumentar el nivel de protección que tiene hasta la fecha y que la zona denominada Las Piqueñas, que comprende el Pinar (1906) y la Fundación Instituto San José (1898), sea catalogado como Bien de Interés Cultural como “Sitio Histórico”. Seguiremos insistiendo.