Entregados los premios del 1º Certamen de Relato Corto de Carabanchel Alto

A.V. CARABANCHEL ALTO

El pasado 28 de abril, con motivo de la Fiesta del Libro de Carabanchel Alto, se ha celebrado el 1º Certamen de Relato Corto del barrio, organizado por la asociación vecinal en colaboración con la Biblioteca Pública Luis Rosales y la Papeleria Librería B-2.


Los premios, consistentes en lotes de libros, recayeron en Daniela Santos Lozano, con Las cruces de Laura, ganadora del Relato Infantil; e Inés Bustos González, con Misterio en el callejón, ganadora del Relato Juvenil.


También hubo mención especial para Catherine Valera Sánchez por el relato El dragón Pablete y la niña Luna en Infantil y para María Alicia Bordean y Marina Daipalcah Carreras por Mi historia en una botella, en Juvenil.


Con un total de relatos en torno a las dos docenas de participantes, todas escritoras, esta primera edición
ha resultado un éxito, que esperamos repetir en el 2020.


LAS CRUCES DE LAURA

(Daniela Santos Lozano. Ganadora infantil)


En un barrio llamado Carabanchel Alto, vivía una niña que se llamaba Laura y que tenía diez años. Ella era nueva en la ciudad y desde que había llegado no tenía ningún amigo. Sus padres le decían que tenía que esforzarse en hacer amigos, y de hecho lo intentaba, pero cada vez que se acercaba a los niños del barrio, ellos se iban corriendo.


Así pasaba el tiempo hasta que llegó su primer día en ir al colegio. Laura no quería ir, ya que veía que le era imposible hacerse amiga de los niños del barrio. Pero sus padres le decían que tenía que ir y no tuvo más remedio que emprender el camino hacia la escuela a la que le habían apuntado.


Las cosas fueron peor de lo que esperaba Laura, y eso que ella no esperaba que fueran del todo bien. En las clases no entendía nada de lo explicaba su profesor nuevo, cosa que le sorprendió mucho porque ella era una buena estudiante. Además, en el recreo, se tomó sola su desayuno en un rincón apartado, y casi todos los de su clase se burlaban de ella.


Cuando terminaron las clases de ese día, se fue corriendo a un parque que había cerca. Por el momento, era un parque sin nombre, pero todos los vecinos de por allí intentaban ponerse de acuerdo para elegir un nombre adecuado. Cuando Laura llegó, se apoyó en un muro viejo y descolorido que había, cogió una piedra y dibujó una cruz en él. Al principio, pensó que era una tontería que no debería haber hecho, pero luego tuvo una idea. Dibujaría una cruz en aquel muro todas las veces que en el colegio no le fuera bien. Las siguientes semanas tuvo que dibujar bastantes cruces, pero, a medida que pasaba el tiempo se fueron viendo menos.


A mitad del curso, conoció a una chica de su clase que también era nueva. Se llamaba Estefanía y las dos se hicieron las mejores amigas.


El tiempo pasaba rápidamente y a las dos amigas les ocurrieron muchas cosas que sería una pena no contar en esta historia, como que algunas niñas y ellas hicieron un club para ayudar a los alumnos y alumnas de su escuela que estaban tristes.


Antes de que se dieran cuenta ya estaban hechas unas adultas. No se podían creer que el tiempo hubiera pasado tan rápido.


Al final, Laura y Estefanía se compraron un piso en las afueras de Madrid en el que vivieron las dos juntas.


Un día que volvía andando de la compra, a Laura le dieron un folleto en el que ponía: “En el barrio de Carabanchel Alto se ponen de acuerdo para ponerle nombre a un parque. Lo han llamado el Parque de las Cruces por unas innumerables cruces pintadas en un viejo muro. Ven el 05/07 al parque a las 15:30 y podrás presenciar la inauguración.”


Cuando Laura terminó de leer el folleto no podía contener su emoción por ir al día siguiente a la inauguración del parque al que había ido en su infancia, y que ahora se llamaba el Parque de las Cruces en honor a las cruces que ella misma había dibujado, sin esperar nada de lo que estaba pasando. Se apresuró hasta su casa para contarle a Estefanía las nuevas noticias.


Cuando le enseñó el folleto, tampoco Estefanía se lo podía creer. No podían esperar al día siguiente para ir al parque a ver las cruces, así que, para calmar un poco la emoción, se pusieron en marcha hacia su antiguo barrio y por la noche dormirían en algún hotel cercano.


Cuando llegaron a Carabanchel Alto, un montón de recuerdos de su infancia surcaron la mente de las dos muchachas. Vieron su antiguo colegio, cosa que a Estefanía le hizo llorar por todas las mini aventuras que vivieron hacía tanto tiempo. Laura también sollozó un poco, pero no tanto como Estefanía. Cuando llegaron al hotel estaban tan cansadas por las emociones del día que nada más meterse en la cama se durmieron.


La primera en despertarse fue Estefanía. Despertó a Laura zarandeándola, y dijo entre grititos de emoción que ya era el gran día que tanto habían estado esperando. En menos de diez segundos Laura ya se estaba vistiendo.


Más o menos a las 15:15 ya habían cogido sitio para la inauguración en primera fila y estaban charlando con un señor que estaba sentado junto a Laura. Les comentó que él había votado por que el parque se llamase el Parque de las Cruces. Laura le dio las gracias y también le dijo que había sido ella la que tiempo atrás pintó las cruces. El amable hombre parecía muy sorprendido. Pidiendo permiso, se levantó y se fue.


Cuando dieron las 15:30 volvió jadeando. Se sentó y empezó la inauguración. Las chicas se preguntaban adónde había ido tan de repente, pero no pudieron preguntárselo porque ellas pensaban que sería descortés de su parte. Pero, cuando empezaron a hablar, Laura se quedó sin habla por lo que dijeron, porque cuando presentaron el parque y contaron su historia, ¡nombraron a Laura como la que había pintado las cruces!


La hicieron salir al escenario para que dijera algunas palabras sobre por qué se le ocurrió pintar las cruces y qué propósito tenía al pintarlas. Mientras Laura decía un mini discurso, Estefanía aprovechó para preguntarle al señor si se había ido para decirle al presentador que Laura había pintado las cruces, y él admitió que como era un dato importante, él era el que se lo había dicho.


Al final, todos vivieron felices y Laura y Estefanía volvieron a su casa y, de vez en cuando, visitan el parque para observar las cruces. Y, en la mesilla que está al lado de la cama de Laura,
hay una foto de la inauguración.


FIN


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MISTERIO EN EL CALLEJÓN

(Inés Bustos González. Ganadora JUVENIL)


Hace mucho tiempo, en un pequeño barrio, vivía un niño llamado Ángel que se pasaba mucho tiempo mirando por la ventana de su habitación. Desde allí se veía un callejón lúgubre y tenebroso que llevaba a un parque abandonado, un parque al que nadie iba.


Un día Ángel decidió vencer su miedo e ir a investigar. Cogió su mochila, la que usaba para sus aventuras, decidido salió a la calle y se dirigió al callejón que llevaba al parque.


Él tenía diez años, nunca antes lo había hecho, estaba aterrorizado.


Cuando llegó al callejón le empezaron a temblar las piernas. Quería abandonar, pero la intriga no le dejaba, siguió andando con indecisión. Llegó al parque y los columpios se movían lentamente con un ruido agudo empujados por una supuesta brisa, y el tobogán presentaba un aspecto lamentable, oxidado y con los peldaños rotos.


De repente un ruido lo aterrorizó, rápidamente giró la cabeza hacia atrás, pero no había nadie. Volvió a mirar hacia delante lentamente y lo que vio le heló la sangre: delante del él había una niña con un rostro muy pálido, blanco como la nieve, y sus ojos de un azul gélido se le salían de las órbitas, con una expresión de pánico. Era delgada, muy delgada, parecía que no había comido en un mes, sus pies descalzos estaban manchados de barro y ladeaba la cabeza ligeramente.


—Fuera de mi parque —dijo con una voz tenebrosa.


Ángel, paralizado por el miedo, no sabía cómo reaccionar, no se movía, quería gritar y su voz no salía, quería salir corriendo y sus piernas no le obedecían… En ese instante una oscuridad impenetrable inundó todo el parque.


Todos los vecinos del barrio escucharon un grito desgarrador como jamás habían escuchado.


En la casa de Ángel, los padres, al darse cuenta de la ausencia del niño, avisaron a la Policía, que fue inmediatamente, y les contaron que a veces el niño hablaba de un callejón que llevaba a un parque abandonado.


La Policía dio vueltas por todo el barrio, jamás encontraron el supuesto callejón. Nunca más se volvió a saber del desdichado Ángel.


Todavía de vez en cuando se puede oír en el barrio el sonido metálico de un columpio oxidado mecido por una brisa que nadie sabe de dónde viene.


FIN


 


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